Un enigma llamado Maldek
Mito, versus, revisionismo histórico
Débora Goldstern©
Símbolo del planeta Maldek
Con sus Crónicas de la Tierra, Zecharía Sitchin impuso un modelo de historia revisionista que convirtió a los ignotos Annunakis, en uno de los términos más comentados acrecentado por la era de Internet.
El relato sumerio de estos dioses alienígenas, llegados del planeta Niburu en una época remota, descendiendo en la cuenca mesopotámica oriental (Irak), originó una verdadera fila de creyentes que toman a estas obras legadas por el desaparecido estudioso de origen ruso, como fuentes fidedignas, de una pasado actualmente no aceptado por los cronistas oficiales.
Se hace difícil calcular el impacto que el padre de los llamados Annunakis tuvo en nuestra cultura popular, siendo quizás una de las primeras sagas bibliográficas que más adhesión cosechó desde su aparición en los 70’. Sin embargo, lo cierto es, que hoy día, Zecharía Sitchin constituye un modelo de divulgación comulgado por muchos partidarios, que ven en sus textos, la comprobación de visitantes extraterrestres en nuestro pasado lejano.
No tenemos intención de discutir sobre estas presencias estelares en la antigüedad, ni hablar de sus incursiones, que muchos alegan sucedió en un tiempo donde el hombre aún se encontraba en sus inicios como especie, discusión obligatoria y que de tanto en tanto abordamos en más de una oportunidad en Crónica Subterránea.
Nuestro interés al abordar este artículo, es desarrollar un punto a todas luces “importante” de esta pretendida evidencia de un pasado ignorado, según alega Sitchin en sus escritos, basándonos en su primer trabajo, “El 12º Planeta”, publicado en 1976, el cual es en parte gran responsable de la posterior fiebre “Annunaki”, e iniciador de la saga antes mencionada.
Quizás uno de los capítulos más memorables referido en “El 12º Planeta”, sea el apartado número siete, “La Epopeya de la Creación”, donde Sitchin se explaya en los orígenes de nuestro planeta, al cual hace remontar sus inicios a un desaparecido planeta llamado Tiamat, el proto-génesis terrestre.
Para hacer encajar su tesis sobre Tiamat, Sitchin, citó como argumento la “Ley de Titius- Bode”, que admitía la posibilidad de un hipotético planeta preexistente en aquellas órbitas comprendidas entre Marte y Júpiter, y que en la mitología griega se conoce como Faetón. Sin embargo, este enunciado hoy encuentra rechazo en la comunidad científica que considera caduca aquella idea de hace casi dos siglos, la cual hace tiempo se reemplazó por una nueva hipótesis que encuentra en el “Modelo de Acrecimiento” una evidencia más plausible.
Además de la controvertida Ley de Titius- Bode, Sitchin, echa mano de la famosa cosmología babilónica, narración de la cual fuera tan afecto, encarnado en el poema Enuma Elish, que algunos no dudan en definir como la fuente bíblica por excelencia.
Sintetizando el pensamiento de Sitchin, Tiamat que en lengua sumeria significa, “la doncella de la vida”, colisionó con un planeta llegado del espacio exterior, que según el sabio no pertenecía a nuestro sistema solar, conocido como Marduk (Niburu), el hogar de los sempiternos Annunakis. Como resultado de aquella catástrofe, Tiamat, se dividió en dos mitades, generando con sus restos el planeta Tierra. Dentro de esta saga cósmica, el Cinturón de Asteroides provendría también de aquella batalla estelar, así como la Luna, antiguo satélite del planeta perdido, y que los sumerios denominaron Kingu. Los cometas, también son contemplados como restos de aquel desgraciado planeta.
Pero si para Sitchin, la saga de Marduk y compañía resuelve todos los misterios cósmicos, acerca del nacimiento de nuestro sistema solar, para nosotros en cambio, la historia de Tiamat es resultado de conceptos míticos poco fundados, que se nutre de datos menos sustentables que los alegados en “El Doceavo Planeta”.
Antes de sumergirnos en Faetón y su trastienda, factor fundamental para comprender el universo elaborado por Sitchin, vamos a remontarnos a otro personaje, alguna vez citado dentro de nuestro blog, evocando un texto de su autoría un tanto olvidado, pero no menos imprescindible, para comprender el mito del supuesto planeta desaparecido.
Vayamos al tema en cuestión.
En 1953 se edita un libro que alcanza gran repercusión en los círculos contactistas, “Other Tongues -Other Flesh”, obra, que no se tradujo al castellano, siendo su mentor “George Hunt Williamson”[i]. De este autor norteamericano, en su momento hicimos nuestro descargo en Crónica Subterránea, y que para más datos fuera el padre del célebre libelo “El Secreto de los Andes”, escudándose en ese escrito bajo el apelativo de Brother Philip, quién a su vez se decía perteneciente a la famosa “Hermandad de los Siete Rayos”.
Para ser honestos, los apuntes biográficos que en su momento elaboramos sobre George Hunt Williamson, eran de una naturaleza un tanto crítica, por lo cual se hace necesario brindar una lectura más acabada sobre este personaje, que como veremos a continuación, tuvo una influencia fundamental en muchos autores sustentadores de esta teoría, que al parecer optaron por hacer una omisión, en cuanto a la verdadera fuente de la tesis del planeta desaparecido.
Veamos algunos hitos cronológicos que marcan a este estudioso e investigador norteamericano.
En 1947 mientras estudiaba antropología en la University Eastern, New Mexico, en la cátedra del profesor experto en evolución orgánica Dr. James Martin, declaró: “que creía que los dinosaurios se encontraría aún viviendo en dos lugares de la Tierra: América del Sur y Africa”. Aunque su comentario provocó risas entres sus compañeros, el profesor Martin lo secundó admitiendo la posibilidad de supervivencia de reptiles aún en nuestra era. Otra idea que provocó murmullo en su época universitaria, fue cuando propuso que “los antiguos japoneses cruzaron el Océano Pacífico alcanzando Sudamérica”. Y aunque esa idea sonaba demasiada revolucionaria, en 1950 sería una realidad debido a los descubrimientos de los arqueólogos del Smithsonian, Dr Clifford Evan y Betty Meggers quiénes anunciaron “que en la zona de Valdivia, Ecuador fue descubierto un tipo de cerámica datada en 3.200 AC, semejante al producido en Japón en la misma época”. Durante 1961 realizó una observación sorprendente, mientras se encontraba visitando el país nipón, “se dio cuenta que los antiguos Jomon, figuras Dogu que hace miles de años se descubrieron en la Isla de Honshu, eran evidencias de presencia alienígenas en la antigüedad. Las figuras parecían portar trajes espaciales, toma de corriente en las mangas por debajo de los hombros, y en la parte trasera de los cascos, en los cuales había cajas que ofrecían puntos de líneas, probablemente de comunicación”.
Ese mismo año declaró “que exploradores del espacio pudieron haber visitado la tierra en los tiempos bíblicos”, idea, que más tarde florecería bajo el apelativo de Antiguos Astronautas, influenciando a toda una generación posterior.
La tesis extraterrestre de “Las Líneas de Nazca”, también lo tuvieron como precursor, incluso mucho antes de ser expuesta con bombos y platillos por el denominado padre de las visitas alien en la antigüedad, el siempre polémico Erich Von Daniken.
George Hunt Williamson |
Pero vamos a detenernos aquí, para pasar a ocuparnos de los enigmas de Maldek, sin abandonar a George Hunt Williamson, protagonista fundamental a la hora de decodificar a Sitchin e incluso autores rusos, quiénes al parecer sufrieron también de amnesia colectiva a la hora de brindar los créditos necesarios, al trabajo legado por el norteamericano en la materia.
Poniendo las cosas en sus lugar.
La idea presentada en Other Tongues – Other Flesh trataba sobre las transmisiones dictadas por los “hermanos del espacio”, que según Wiiliamson lo eligieron como médium para comunicar al mundo, empleándose como técnica de contacto, la escritura automática, tan en boga en aquellos días. En su mayoría los apuntes volcados en el texto, versaban sobre los orígenes de las antiguas civilizaciones estelares y terrestres, así, como de los enigmas aún subyacentes sobre la construcción del Sistema Solar.
Según las lecturas obtenidas a través de sus mensajeros espaciales, que se materializan en el tercer capítulo de Other Togues – Other Flesh, “Maldek and Malona”, al Tierra debió su nacimiento a un planeta hoy extinto, Maldek, que se destruyó a causa de una conflagración nuclear y el cual orbitaba entre Marte y Júpiter.
Escribe Williamson: “esto significa que Maldek era un mundo de iniquidad que explotó y se quemó, además de ser un planeta de nuestro sistema solar que contaminó todos los demás planetas, debido a su maldad, Maldelk (la lengua) prendió fuego su vórtice, el poder de su nacimiento y ser, y por lo tanto fue incendiada en estado invisible … porque Maldek libera el poder del hidrógeno terrible y lo redujo así, a un estado invisible”.
En otro párrafo se lee: “en nuestros contactos con inteligencias espaciales en el norte de Arizona, al planeta Lucifer es referido siempre como Maldek, y a su luna, Malona”.
A semejanza de Sitchin en sus Crónicas de la Tierra, la narración de Williamson también se nutre de pasajes bíblicos seleccionados, los cuales supuestamente evidencian la “catástrofe que acabó con Maldek”.
“El Antiguo Testamento está literalmente lleno de referencias al final del planeta conocido por los antiguos de la Tierra como Lucifer, y que las inteligencias del espacio exterior denominan Maldek (lengua plateada)”. (A los cuales hay que agregar citas enteras de versículos de comentaristas como Isaías, Santiago, Josué, así como del Éxodo, durante el período de Moisés).
Además de Maldek, Williamson proporciona datos más que sugestivos sobre Marte, adelantándose a una discusión de más de treinta años, en cuanto a la artificialidad de los satélites del mismo.
“¿Recuerdas lo que nos dijo Zo:” … Después de la destrucción de Maldek-Lucifer, hubo terribles desastres en Masar (Marte) Grandes erupciones volcánicas ocurrieron. Muchos de los nuestros perecieron. Marte, literalmente, entonces, se convirtió en un horrible, furioso, dios flameante”.
“Evidentemente la gente de Marte sabía lo que venía por lo que construyeron los dos satélites artificiales llamados Fobos y Deimos. Estos dos objetos se llamaba así (Miedo y Pánico) para los que fueron creados en un momento de gran temor, no solo en Marte, pero en la Tierra también, y ciertamente había pánico como Isaías nos ha mostrado”.
Agregando: “Las lunas son equilibradores de planetas con los que están conectados”.
Una diferencia que se establece luego de examen de “Other Tongue – Other Flesh”, enfrentado al “EL Doceavo Planeta” de Sitchin, queda evidenciada en una línea tomada del primero: “cabe señalar aquí que la palabra Marduk pudo haber venido de Maldek”. Toda una declaración de principios.
Y vuelvo a repetir que estamos hablando de un texto editado en 1953, veintiséis años antes que Sitchin presentara su famosa tesis alienígena! Buceando en la interminable bibliografía de la cual hace alarde “El Doceavo Planeta”, no encontramos referencias a “Other Tongue – Other Flesh” dentro de la lista, sin embargo, teniendo en cuenta las semejanzas entre ambos “abordajes”, se nos hace imposible pensar que Sitchin desconociera el mismo, aunque suponemos se guardó muy bien de hacerlo público.
Lo mismo pensamos de otros sabios rusos, quiénes también decidieron silenciar a Williamson en cuanto a su importancia en el mito de Maldek, a quiénes los soviets rebautizaron como Faetón.
Veamos.
Alexander Petrovich Kazantsev |
Se cree que fue Serguéi Orloff quien bautizó al planeta perdido como Faetón (brillante-radiante), término basado en un mito griego que narra como el héroe sufre un accidente al remontar su cuadriga, con tan mala suerte, que termina incendiando la Tierra. Así como el Maldek de Williamson quién lo vincula a Lucifer, resplandeciente estrella expulsada de los cielos, Faetón, también se nutre de esa asociación, enrolándose en la leyenda de los “caídos que se rebelaron contra dios”. Más tarde Alexander Zavaritsky siguió la línea de Orloff, clamando que “ los restos de asteroides pertenecían a un planeta semejante a la Tierra, que tenía un núcleo de hierro en estado de fusión, un interior rocoso así como una superficie de montañas y océanos, rodeados por una atmósfera, resultando condiciones ideales para el desarrollo de la vida”. Pero sería Alexander Petrovich Kazantsev, quién verdaderamente resucitaría el enigma de Faetón.
El que más tarde se convertiría en adalid del affaire Tunguska, nació en Akmolins, Rusia, en 1906. Graduado en la Universidad Politécnica de TOMSK como ingeniero electromecánico, trabajo muchos años en la planta metalúrgica de Beloretsk, región de región Bashkortostan. Estudios posteriores lo llevaron a incursionar en la literatura de ciencia ficción, llegando a obtener premios como escritor por algunos de sus ensayos. Ejerció como ufólogo, y fue uno de los pioneros en la divulgación de visitantes alienígenas en la antigüedad. En 1946 se dio a conocer a nivel mundial por sus aseveraciones acerca de lo ocurrido en Tunguska, afirmando que una nave de origen espacial se estrelló en la estepa siberiana, causando una violenta explosión de proporciones termonucleares que arrasaron con la zona. Fallece en el 2002.
Además de ocuparse de los enigmas de Tunguska, cuyos aportes le granjearon la simpatía de la comunidad ufológica de los 70’s, Kazantsev, también se interesó en un tema que con los años convirtió en obsesión, la búsqueda del planeta perdido. Como una forma de exorcizar sus ideas, en 1974 publica “PHAETAE”, que también se conoció como “La Destrucción de Faena”, donde especula que el planeta fue habitado por una civilización avanzada, que luego de una violenta destrucción de origen nuclear, sus supervivientes deciden refugiarse en la Tierra, influenciando a las razas prehistóricas del pasado, al cual llamó Instructores.
Un año después de dar a conocer su novela, Kasantsev, acompañado por algunas autoridades rusas de prestigio, el profesor Yevgeny Krinov, jefe del Comité Científico de Meteoritos, y Félix Ziegel, profesor de Cosmobiología del Instituto de Aviación de Moscú, vuelva a la carga con Faetón, señalando en exclusiva mundial: “ que aquel fue un planeta, el cual se cree alguna vez orbitó entre Marte y Júpiter, destruido en la antigüedad por una explosión termonuclear, desencadenada por una avanzada raza de humanidades en el área del actual cinturón de asteroides”. Paralelamente a este enunciado tan contundente, Kasantsev también se arrogaba haber puesto de moda el misterio de las estatuillas de Japón, que databa en 8.500 años, rematando: “son los astronautas de Faetón”.
Hagamos un alto y practiquemos un ejercicio de memoria.
No hace falta demostrar que Faetón, es la reencarnación de los postulados de Maldek, enunciados por George Hunt Williamson en Other Tongues – Other Flesh, que encima especula con una explosión “termonuclear producida por una bomba de hidrógeno”. Pero si estas pruebas no son suficientes para establecer la paternidad de la criatura, vayamos entonces al asunto de las estatuillas japonesas reivindicadas por Kasantsev. Según sabemos en la década de los 60’, Williamson estuvo en Japón, siendo en ese país donde tomó contacto con estas figuras que más tarde asombrarían al mundo.
Estatuillas Dogu
Está probado que dos años después, en 1962, el norteamericano envió fotografías e informes de sus observaciones al ruso, quién ese momento ya era “consultor del programa espacial soviético”. Se dice que éste contestó a su misiva diciéndole que las “fotografías eran muy interesantes”, a las cuales catalogó de suma importancia. Para 1963 Kasantsev publica su famoso ensayo sobre el misterio de las estatuillas Dogu, cuidándose muy bien de mencionar a su misterioso benefactor, el cual como sabemos, fue eludido una vez más en la redacción de los créditos.
¿Pudiera ser que la alegación de contactos con entidades estelares por parte de Williamson, jugaran en contra del reconocimiento por parte de sus pares? Sea cual fuera la razón, el mito de Maldek-Faetón-Tiamat definitivamente no empezó con Sitchin, ni tampoco con Kasantsev, sino que nació de la mente de un contactado, que en 1953 escribió "Other Tongues – Other Flesh".
Bibliografía:
Gris; Dick. Phaeton, el Planeta Desaparecido.
En: Revista Planeta, ago-1979, nº 83
Martinelli, Maurizio. George Hunt Williamson - Michael D’Obreno: The herald of the encounter among Father and Sons. 2009.
Sitchin, Zecharia. El Doceavo Planeta, Barcelona: Obelisco, 1976.
Williamson, George Hunt. Other Tongues – Other Flesh, 1953
[i] “George Hunt Williamson, 1926-1986, conocido como uno de los primeros contactados en la naciente ufología. Salido del riñón de George Adamsky, Williamson inició sus actividades a través de la escritura automática y la ouija, medios de los cuales se valía, para proclamar sus controvertidos mensajes, que decían los hermanos del espacio le entregaban. Su camino sudamericano se cruzará a través de otra mística, Sister Thedra, (Marion Dorothy Martin), de la cual tomará toda su producción intelectual, la cual nunca le perdonará tamaña infidencia. Civilizaciones desaparecidas, razas de gigantes, órdenes esotéricas secretas, son la base que volcará en su trabajo, convirtiendo al Secreto de los Andes en un texto clásico en su género. El currículum de Williamson, también conocido bajo el apelativo de Michael D 'Obrenovic Obilic Von Lazar, cuenta además con algunos signos oscuros, como su afiliación a los movimientos neonazis norteamericanos, asi como el controvertido culto fundado por Guy Ballard, I’M (Yo Soy)”.
Cortometraje de animación de los estudios Soyuzmultfilm, 1972.