El Joyero y el Monje
Un cuento de causa y efecto
Hace muchísimos años en la antigua India había un joyero rico llamado Pandu. Un día manejaba de prisa en su carruaje hacia la ciudad de Varanasi. Terminaba de llover y el aire estaba fresco. Pandu estaba feliz porque el clima estaba agradable y pensaba en el dinero que ganaría al día siguiente en el mercado.
Pandu miró hacía arriba y vio a un monje caminando despacio al lado del camino. El monje daba pasos firmes, tenía la espalda erecta y lo rodeaba un aura de paz y fuerza interna. Si el monje iba a Varanasi, Pandu pensó en preguntarle si querría ir con él. El parecía un santo y había oído que la compañía de un santo traía buena suerte.
Le ordenó a su musculoso esclavo Mahaduta frenar los caballos.
- Venerable Maestro – dijo Pandu abriendo la puerta de su carruaje – Si va a Varanasi, yo puedo ofrecerle transporte. –
- Viajaré con usted – replicó el monje – Si usted entiende que no puedo pagarle, porque no tengo ninguna posesión. Solamente puedo pagarle con el regalo de las Doctrinas sagradas. – - Acepto sus condiciones – asintió el joyero que pensaba todo en términos de negocios. Le hizo un espacio en su carruaje.
Durante el viaje, el monje quien se llama Narada, , le explicó la ley de causa y efecto. - La gente crea su propio destino, dependiendo de sus acciones. Si hace cosas buenas, tiene buena suerte, si hace cosas malas, tarde o temprano pagará por ellas. –
Pandu estaba contento con su compañía porque era un hombre sensible y le gustaba oír un buen sentido común. Además, era un hombre práctico y tenia buenas relaciones con las Doctrinas pero él no lo sabía.
Narada fue interrumpido rudamente cuando el carruaje se detuvo súbitamente en medio del camino.
- ¿Qué es? - Pandu gritó molesto a su esclavo Mahaduta – No tenemos tiempo que perder. Faltaban diez millas más para llegar a Varanasi y el sol ya había bajado en el oeste. - - La carreta de un estúpido campesino está bloqueando el camino – gritó Mahaduta desde el asiento anterior del carruaje.
El monje y el joyero abrieron la puerta del carruaje y miraron hacia fuera. Una carreta cargada con arroz estaba bloqueando el camino. La rueda derecha estaba en una zanja y un campesino estaba sentado y tratando de reparar un eje de la rueda.
- ¡No puedo esperar! Mahaduta, saca la carreta del camino – gritó Pandu.
El campesino se puso de pie y quiso protestar. Narada volteó a verlo y quiso pedirle que pensara en otra manera, pero antes de que alguno pudiera hablar, el musculoso Mahaduta ya había saltado y empujó la carreta hacia la zanja. Las bolsas de arroz cayeron al lodo.
El campesino corrió gritándole a Mahaduta, pero se quedó en silencio cuando vio que el esclavo era dos veces más fuerte que él. Con una sonrisa perversa, Mahaduta alzó sus puños, y si su dueño hubiera tenido tiempo lo habría golpeado con gusto.
Cuando el esclavo subió a su asiento y tomó las riendas, el monje se bajó del carruaje. Volteó hacia Pandu y dijo – Ya he descansado y estoy en la obligación de pagarle por las horas de transporte. La mejor manera de pagarle es ayudando a este desafortunado campesino que usted ha dañado. Si lo dañó, es seguro que el mismo daño va a llegar a usted. Quizás ayudándolo puede disminuir su deuda. Ya que en una vida pasada, este campesino fue pariente suyo. Su karma está atado al de él aún más fuerte.
El joyero estaba asombrado. No estaba acostumbrado a escuchar reprimendas, ni más aun con palabras suaves como las del monje. Estaba más irritado porque el monje mencionó que él, Pandu, un rico joyero, pudo ser pariente de un pobre campesino que cultiva arroz. - ¡Esto es imposible! – dijo a Narada.
Narada sonrió y comentó – Algunas veces las personas más inteligentes no reconocen las verdades básicas de la vida. Pero trataría de protegerlo del daño que se hacía a usted mismo.
Molesto por estas palabras, Pandu señala con su mano a su esclavo seguir el camino.
Devala, el campesino, ya se había sentado al lado del camino nuevamente, para reparar su eje. Narada saludó a Devala y empezó a empujar la carreta desde la zanja. Devala se apuró a ayudar, pero notó que el monje tenía mucha más fuerza que la que podría haberse esperado de un hombre pequeño y delgado.
La carreta nuevamente fue enderezada, antes que Devala cruzara el camino.
- Este monje es un santo. – el campesino pensó silenciosamente. – Dioses y espíritus invisibles están ayudándolo. Quizás puede explicarme ¿por qué hoy mi fortuna es tan mala?
Los dos hombres juntos cargaron otra vez la carreta con las bolsas de arroz que cayeron en el lodo. Devala regresó a reparar el eje nuevamente, y preguntó – Venerable Maestro, puede decirme ¿por qué hoy tuve que sufrir tal injusticia de este comerciante arrogante y rico, a quien nunca había visto antes? ¿No hay justicia en la vida?
Narada respondió – Hoy no sufrió una injusticia. Fue el pago por una injuria que usted ha infligido al joyero en una vida pasada. –
El campesino asintió – He oído sobre estas cosas pero no sé si son creíbles. –
No es tan difícil de creer – respondió el monje. – Nos convertimos en lo que hacemos. Teniendo buenos actos, se vuelve una persona buena, y naturalmente le suceden cosas buenas. Y para las cosas malas, es lo mismo. Malos actos crean malas personas y vidas desafortunadas. Todos sus pensamientos, dichos y actos crean su propia persona y las semillas de su futuro. Es la ley de causa y efecto, la ley eterna del karma.
- Puede ser así, pero yo no soy tan malo. Y mire, lo que me sucedió hoy – replicó Devala. - Pero es verdad, ¿no? amigo mío, si el joyero hubiera estado bloqueando el camino y usted tuviera un ayudante musculoso, ¿habría hecho lo mismo? – preguntó Narada.
Devala quedó en silencio. Se dio cuenta que si Narada no hubiera ayudado, sólo pensaría en vengarse. Enojado, había deseado exactamente lo que dijo Narada, que él habría podido ser la persona que volcó el carruaje del joyero, y orgullosamente pudo dejar al joyero luchando en el lodo.
- Sí, Venerable Maestro, es verdad – dijo el campesino.
Los dos trabajaron silenciosamente hasta que el eje fue reparado y se volvió a poner la rueda en la carreta. El campesino estaba reflexionando sobre las palabras del monje. Aunque Devala no asistió a la escuela, era un hombre pensativo que le gustaba comprender las razones de los asuntos.
De repente dijo – Pero esta es una cosa terrible. Ahora que el joyero me ha dañado yo voy a dañarlo a él, entonces él me dañará nuevamente, y yo lo dañaré en venganza en un círculo sin fin. -
- No es seguro – comentó Narada. – La gente tiene la habilidad de hacer lo bueno y lo malo. Si ayuda y no daña al orgulloso joyero, va a romper el ciclo. -
Devala asintió dudosamente cuando subió a la carreta. Cree en las palabras del monje, pero duda que tenga la oportunidad de hacerlo. Un campesino pobre ¿cómo puede apoyar un a comerciante rico? - Invitó a Narada a sentarse a su lado en la carreta y tomó las riendas.
No han viajado muy lejos cuando el caballo se detuvo de repente.
- ¡Una culebra en el camino! - exclamó el campesino.
Cuando examinó cuidadosamente, Narada descubrió que no era una culebra sino una bolsa. Bajó de la carreta y la recogió. Estaba llena de oro.
- Yo sé, esta es la bolsa de Pandu, el joyero – dijo el monje. – La tuvo en su regazo cuando estaba en el carruaje. La perdió cuando abrió la puerta para hablar con usted.
El monje dio la bolsa a Devala. - Es su oportunidad de cortar las cadenas de la ira y la venganza que le ataron al joyero. Cuando lleguemos a Varanasi, irá a la posada donde se queda y le devolverá su dinero.
El va a disculparse. Dígale que no le guardará rencor y deséele suerte.
¿No le dije que los destinos de ustedes dos están entrelazados? Pueden caer o prosperar, dependiendo de sus propios actos. –
Devala haría como el monje le enseñó. No quiso quedarse con ese dinero. Sólo quería estar libre de la deuda kármica. Al atardecer, llegaron a Varanasi, fue a la posada donde viven los ricos, y preguntó por Pandu.
- ¿Quién lo esta buscando? – preguntó el dueño con desprecio, mirando los viejos vestidos del campesino.
- Dígale que un amigo – respondió Devala.
En unos minutos, Pandu entró al salón donde Devala lo estaba esperando. Cuando vio al campesino entregándole su bolsa llena de oro, se quedó estupefacto, con asombro, vergüenza y alivio.
De repente Pandu salió del cuarto gritando – ¡Alto! deja de golpearlo.
Devala había oído gemidos saliendo de un cuarto cercano. Pensó que alguien estaba muriendo de fiebre. En un momento un hombre grande y fornido entró tambaleándose al salón, con la espalda llena de ronchas y contusiones. No era otro, sino Mahaduta, el esclavo del joyero. Un policía lo sigue con un látigo en una mano y un bastón en el otro.
Mirando a Devala, Mahdauta fue sorprendido y dijo con voz ronca – Mi bondadoso amo piensa que le robé su bolsa de oro. Me golpeó hasta confesar. Es mi castigo por lastimarlo siguiendo sus órdenes. -
Salió tropezando de la posada hacia la noche oscura, sin decir una palabra a su amo. Pandu lo miró, pensando que necesitaba decir algo, pero era demasiado orgulloso para disculparse con un esclavo, especialmente enfrente de tantas personas.
El joyero todavía no había saludado a Devala, ni tomado su bolsa. Cuando estaba a punto de hablar, un gordo vestido de seda entró en el salón diciendo en voz alta – Ah, Pandu, ellos me dijeron lo que estaba ocurriendo. La rueda de fortuna gira y gira ¿no es verdad? Diez minutos antes pensó que era un hombre arruinado, y ahora todo le sale bien. Ande, tome la bolsa, en nombre de Dios, y déle las gracias al señor.
Pandu tomó la bolsa, hizo una reverencia y dijo – Yo lo lastimé, pero usted me ayudó. No sé como recompensarlo.
- ¡Ah!, déle una recompensa. ¿Qué más? – exclamó el gordo. - ¡Déle una recompensa! – - Devala devolvió la reverencia y respondió – Ya lo perdoné, la recompensa no es necesaria. Si no hubiera ordenado a su esclavo volcar mi carreta, no habría tenido la oportunidad de conocer al Venerable Narada, ni de escuchar sus enseñazas llenas de sabiduría que valen más que cualquier dinero. Resolví que nunca voy a lastimar a cualquier ser, porque tampoco quiero ser lastimado. Por esta resolución me siento sano y en control de mi vida, un sentimiento que nunca tuve antes.
- ¿Narada le enseñó también? - preguntó Pandu. – Me enseñó, pero, qué lastima, no puse mucha atención a sus palabras. -
Dio algo de oro de su bolsa a Devala diciendo – Tome, buen hombre. Y dígame si sabe ¿dónde se queda el Venerable Narada en la ciudad de Varanasi?
Devala respondió – Sí, lo dejé en el monasterio cerca del Portón del Oeste. Él me dijo que posiblemente quería verle y que puede visitarlo mañana por la tarde. -
Pandu hizo otra reverencia, esta vez honda y sincera, diciendo – Ahora realmente estoy en deuda con usted, y ya creo lo que el Venerable Narada me dijo: que en una vida pasada fuimos parientes, y nuestros destinos están entrelazados. Además encontramos al mismo maestro de la Doctrina. -
El gordo estaba escuchando impaciente – “¡Bueno! Todas estas palabras espirituales son buenas, pero necesitamos hablar de negocios. -
Frente a Devala añadió - Permítame presentarme, soy Mallika, el banquero, amigo del buen hombre Pandu. Tengo contratos con el mayordomo del Rey para proveer el arroz de la calidad más fina para la mesa del Rey. Pero hace tres días un rival de negocios quiso derrotar mis negocios prósperos con el Rey y compró todo el arroz en la ciudad de Varanasi. Si mañana no pudiera proveer el arroz para el Rey, estaría arruinado. Pero amigo mío, afortunadamente, usted está aquí. Su arroz ¿es de grado fino? ¿Fue dañado por el tonto Mahaduta? ¿Cuánto tiene? ¿Alguien ya lo ha comprado? ¡Dígame! -
Sonriendo por la ansiedad del banquero, Devala respondió – Tengo quinientas libras de arroz de la calidad mas fina. Sólo se mojó una bolsa en el lodo. Nadie lo ha pedido todavía. Pensaba ir al mercado mañana por la mañana. -
- ¡Espléndido! ¡Espléndido! – gritó Mallika con deleite – Voy a pagar tres veces el precio del mercado. ¿Acepta, no?
- Sí, acepto – consintió Devala.
- Por supuesto que acepta – dijo el banquero sonriendo, y mandó a sus sirvientes a descargar la carreta de Devala.
El banquero añadió – Aquí está, buen hombre - dando al campesino un generoso pago en oro. – No perderá en el juego. –
Mallika comentó a Pandu – Cuando necesitamos ayuda, no sabemos de dónde llegará. Nunca perdamos la fe. La vida es un maravilloso misterio, ¿no? – Y regresó a su cena de muy buen humor.
Devala no tenía intenciones de perder su dinero en el juego. Resolvió donar la mitad de sus ganancias al monasterio donde vive el Venerable Narada. El resto lo guardó cuidadosamente y sólo gastó cuando era absolutamente necesario. Desde ese tiempo prosperó. Debido a su honestidad y sabiduría, los aldeanos naturalmente lo consideraron su líder.
Al día siguiente, Pandu fue al monasterio cerca del Portón del Oeste. Narada lo recibió en la sala de visitas, y escuchó todo lo que había ocurrido en la posada la noche anterior.
Le dijo a Pandu – Todavía tiene dudas, por eso prefiero no explicarle todo. Todavía no puede aceptar las enseñazas. Su fe no es tan honda como la del campesino Devala, y va a pasar por muchas pruebas antes de ser un verdadero discípulo del Buda. -
Pandu rogó humildemente – Venerable Maestro, le pido por favor que me explique todo, y así puedo seguir sus enseñanzas.
- Está bien – respondió el monje – Recuerde y contemple lo que yo digo. En el futuro posiblemente entenderá. Cada uno de nosotros creamos nuestro propio destino debido a nuestras propias acciones. Por ejemplo Mallika, su rico amigo, tiene muchas bendiciones, a pesar de tener poca sabiduría. El cree que la rueda de la fortuna gira y gira misteriosamente. Pero no hay misterios en el mundo. Su prosperidad y contento son debido a sus propias acciones, palabras y pensamientos. Vida tras vida siempre es rico y está contento porque vida tras vida fue bondoso y generoso. Pienso que él no trata a su esclavo de la misma manera en que usted trató a Mahaduta.
- Sí, es verdad. Quiso impedírmelo. Pero estaba tan enojado que no le escuché. – agregó Pandu.
Narada asintió – Sí, y usted no está libre de la deuda de golpear a Mahaduta sin razón. No está solo en este mundo. Sus acciones tienen consecuencias. Recuerde, cada una de sus acciones, sean buenas o sean malas, sean pequeñas o sean grandes, tarde o temprano van a regresar en la misma cantidad.
Hay un dicho que dice “Si siembra frijoles, cosecha frijoles. Si siembra melones, cosecha melones. La bondad atrae a la bondad. La maldad atrae a la maldad.” Trate a todos los seres en la misma manera que quiera que los otros lo traten a usted.
La verdad es que no somos individuos aislados. Todos los seres tienen la misma esencia. En cada pensamiento y acto, se relaciona con ellos, como los órganos de su cuerpo están relacionados.
Narada continuó – Si en verdad entiende eso en su corazón, no tendrá el deseo de lastimar a otros, porque su esencia y la de ellos es la misma. Sentirá sus sufrimientos como propios, y por eso querrá ayudarlos.
Deje que este verso lo guíe:
Si lastima a otros, se lastima a si mismo
Si ayuda a otros, se ayuda a si mismo
Para encontrar el Camino puro, el sendero de la luz
Deje está ilusión de un “YO”
Pandu se levantó e hizo tres reverencias al Venerable Narada, una cosa que nunca había hecho antes a nadie.
Dijo – Recordaré sus palabras, Venerable Maestro. Voy a construir un monasterio en mi pueblo de Kaushambi para que la gente tenga la oportunidad de escuchar la doctrina. Ojalá que el Venerable Maestro tenga compasión y me ayude a cumplir mi voto.
Con el paso de los años, el joyero Pandu prosperó. Tomó refugio y se convirtió en un discípulo del monje Narada. Con la ayuda de Narada, fundó un monasterio en Kaushambi y fue un donante ejemplar. Cuando no estaba muy ocupado con sus negocios, Pandu iba al monasterio para escuchar los sermones de Panthaka, el obispo del monasterio y el más avanzado discípulo de Narada. A Pandu le gustaba oír las enseñazas de Narada cuando iba a Varanasi, pero nunca las puso en práctica.
Se dijo a si mismo que la cultivación de las enseñanzas era trabajo de monjes y él estaba muy ocupado con sus negocios.
Casi seis años después de su primer encuentro con Narada, el taller de Pandu recibió un pedido extraordinario. El monarca del reino de al lado de las montañas quería una nueva corona real.
Había escuchado sobre el exquisito trabajo de Pandu, y quería que se le hiciera una corona de oro con las joyas más preciosas de toda la India. Los reyes de la antigua India tienen la tendencia de enamorarse de las joyas preciosas, y Pandu tenía el sueño de ser el proveedor de joyas para la casa real. Y ahora había llegado su oportunidad, no sólo para prosperar, sino para además tener riquezas sin límite.
Inmediatamente Pandu buscó los mejores zafiros, rubíes y diamantes, invirtió una gran parte de su dinero en esas joyas. Personalmente diseñó e hizo la corona. Para llevarla al rey, contrató unos hombres fuertes armados para que lo acompañaran a través de las montañas que estaban llenas de bandidos.
Todo iba bien hasta que encontró una estrecha vereda en la cumbre de las montañas. Allí estaban bajando un grupo de bandidos. Los hombres de Pandu eran más numerosos, pero el asombro de los caballos y los precipicios escarpados estorbaron a los hombres de Pandu, que en poco tiempo fueron vencidos.
Dos bandidos mugrientos abrieron la puerta del carruaje, arrastraron a Pandu y lo tiraron al suelo, le dieron patadas y lo golpearon con palos. Pandu aguantó los golpes, pensando sólo en la bolsa escondida detrás de sus vestidos, se llevó las manos al pecho. Adentro estaba la corona real y otras joyas preciosas para atraer la atención de la reina y las princesas.
- ¡Esperen, hombres! – dijo una voz familiar – ¡Paren, les digo!
Pandu abrió sus ojos. Frente a él estaba Mahaduta vestido de cuero burdo y pelo largo atado con un pedazo de seda. Era su esclavo al que había golpeando años atrás. Pandu había oído que el bandido más famoso en las montañas era un esclavo de Kaushambi. Pero nunca pensó que fuera su propio esclavo.
- A ver ¿Qué tiene en su mano? – ordenó a Mahaduta en tono helado.
Un bandido se puso de rodillas sobre el estomago de Pandu y el otro tomó rudamente el bolsillo de la mano de Pandu.
- Es mío - dijo Mahaduta con desprecio y amargura, tomando el bolsillo y poniéndolo dentro de su vestido. – Ya pagué por eso ¿no es verdad, amo mío? -
- ¿Lo matamos? - preguntó otro bandido.
Mahaduta vio a Pandu. En vez de ira y miedo, sólo vio tristeza y resignación en los ojos de su víctima. No supo que en ese momento, Pandu estaba pensando en las palabras del Venerable Narada, tan claras como si las hubiera dicho ayer “usted no está libre de la deuda de golpear a Mahaduta sin motivo. No está solo en este mundo. Sus acciones tienen consecuencias. Recuerde, cada una de sus acciones, sean buenas o sean malas, sean pequeñas o sean grandes, van a regresar en la misma cantidad… Si en verdad entiende eso en su corazón, no tendrá el deseo de lastimar a otros, porque su esencia y la de ellos es la misma. Sentirá sus sufrimientos como propios, y por eso querrá ayudarlos”.
Pandu suspiró. De repente se dio cuenta de que no había aceptado verdaderamente las palabras de su maestro. Nunca pensó que estas palabras aplicaban a si mismo además de los otros. Si iba a morir antes de tiempo, de manera violenta, y sin la oportunidad de despedirse de su familia, era por su propia culpa.
Nunca pensó en su esclavo Mahaduta después del día en la posada. Nunca pensó en que su sufrimiento en las montañas durante los inviernos helados, y su trabajo peligroso y desesperado, fueran por causa de él mismo. Nunca pensó en eso. Sí, era la verdad, ahora era el tiempo de compensarlo.
Tosió y respondió entumecido – Es verdad. Ya pagó. - Apartó su mirada y se quedó esperando con temor los golpes. -
Para su sorpresa, Mahaduta dijo a los bandidos – ¡Déjenlo! Hay un doble fondo en el carruaje debajo del asiento de enfrente. Sacaron el cofre lleno de oro y lo compartieron por partes iguales. ¡Hoy tenemos buena suerte!
Los bandidos saltaron ansiosamente, pero Mahaduta personalmente no sintió alegría por su venganza, que era lo que él esperaba fervorosamente por mucho tiempo. Ahora sólo sentía tristeza y remordimiento como si hubiera lastimado a un miembro de su propia familia. Por eso ordenó a sus hombres que dejaran de golpear a los guardias de Pandu. – ¡El trofeo solamente! ¡No los maten! - Trató de distraerlos con el cofre lleno de oro, que estaba escondido debajo del doble fondo en el mismo lugar donde la mayoría de las veces Mahaduta lo ponía en años pasados.
Mahaduta liberó a Pandu y a sus guardias para regresar a Kaushambi. Esa noche cuando sus cómplices contaron el oro alegremente, él escondió la bolsa con la corona en una rendija en su cueva de la que por mucho tiempo no sacó ni la miraron.
Después del robo, Pandu dejó de ser un hombre rico. Perdió la mayoría de su capital, y sin capital un joyero puede hacer muy poco. Pero fue culpa mía y no hay otro a quien culpar, le dice a su familia – Hace años era muy duro con los demás y ahora estoy pagando por mi severidad y arrogancia.
Empezó a arrepentirse y a seguir las enseñanzas del Buda. Cuando no estaba ocupado con sus negocios, recitaba el nombre del Buda. Gradualmente se estaba dando cuenta de que en el fondo de su corazón había más felicidad que cuando tenía riquezas. Sólo se arrepentía de no haber donado suficiente dinero para al monasterio, de no haber contribuido a la divulgación de las doctrinas sagradas y de no ayudar a los pobres, pues no había pensado hacer eso antes.
Pasaron los años. Un día, cuando estaba cruzando las montañas en una peregrinación, Panthaka, el obispo del monasterio en Kaushambi, fue atacado por los bandidos de Mahaduta. Pero no tenía dinero y después de unos golpes, Mahaduta lo liberó.
Ese día Panthaka no continúo con su camino. No había andado muy lejos al día siguiente cuando escuchó a algunas personas peleando cerca de la vereda, y el sonido de gemidos. Panthaka se apresuró a la escena para convencer a los bandidos de que dejaran de golpear al viajero, pero no era un viajero, sino el mismo Mahaduta, quien era atacado por sus propios hombres, parecía un león perseguido por una docena de sabuesos. Él se defendió con un palo grande, pero finalmente cayó. Los bandidos lo golpearon con su propio palo hasta dejarlo como muerto.
Panthaka se escondió hasta que los bandidos se fueron. Descubrió que Mahaduta apenas podía moverse. Fue al riachuelo cercano, llenó su tazón con agua fresca y tomó al moribundo.
Mahaduta bebió poco y abrió sus ojos gimiendo – Donde están esos malditos ladrones que llevé a la victoria una y otra vez. Que si no fuera por mí, ya los habrían ahorcado.
Calmese – dijo Panthaka – No piense en sus compadres o el sendero malvado que ustedes han caminando juntos. Piense en su destino. Tome esta agua. ¿Me permite vendar sus heridas? Quizás puede vivir.
Por primera vez Mahaduta miró a Panthaka. – ¡Es el monje que yo golpeé ayer! ¡Y ahora me quiere salvar. ¡Que vergüenza!
Bebió más agua y miró a su alrededor – Ellos corrieron. ¡Perros sin gratitud! Yo los enseñé a pelear, y ahora están contra mí.
Panthaka respondió – Les enseñó a pelear y le pagaron con peleas. Si les hubiera enseñado con bondad, ellos le hubieran pagado con bondad. Lo que se siembra, se cosecha.
- Es verdad. Temí que van a pelear contra mí. Ahh! Ahh! - gimió el bandido cuando Panthaka trató de levantarse.
- No puede salvar mi vida, pero dígame si sabe, como puede salvarme del fuego del infierno. Yo sé que debería caer en ese lugar por mis malhechazos. Pienso que mi muerte pronto llegará y el horror de mi vida futura pesa como un gigantesca piedra sobre mi pecho.
- Sinceramente arrepiéntele de sus ofensas y cambia – le avisó Panthaka – Arranca la avaricia y el odio de su corazón y llénalo con bondad por todos los seres. –
No sé nada de bondad – respondió Mahaduta. – Toda mi vida estuvo llena de maldades sin una cosa buena. Voy a ir al infierno, pues nunca he caminado por el sendero noble que usted ha caminado. No pierda la esperanza - dijo Panthaka. - No menosprecie el poder de los pensamientos. Un pensamiento verdadero de arrepentimiento liquida diez mil años de maldad. Por ejemplo ¿sabia que el famoso bandido Kandata murió sin arrepentimiento y cayó en los infiernos eternales. El estaba allí sufriendo por miles de años cuando el Buda realizo iluminación debajo del árbol de Bodhi. Los rayos de luz que salían de entre sus cejas iluminaron los infiernos para dar esperanza a los seres en el infierno. Levantando su cabeza, Kandata miro a Buda debajo el árbol y le grito – ¡Socorro! ¡Socorro! Honrado del Mundo, estoy sufriendo por mis maldades y no puedo salir del infierno. ¡Ayúdame a caminar por el sendero noble!
El Buda miro hacia abajo y le dijo a Kandata – Voy a ayudarle, pero sólo con la asistencia de su propio karma. ¿Que cosas buenas hizo usted cuando vivía en el mundo?
Kandata quedó en silencio, se sabía que fue un hombre cruel. Pero el Buda, con su infinita sabiduría miro las vidas pasadas de Kandata y descubrió que una vez salvó la vida de una araña. Cuando Kandata estaba caminado por el bosque miró a una araña en el camino pero no la aplastó, pensó “esta araña no ha lastimado a nadie, por eso no voy a aplastarla”.
Y el Buda mando a la araña al infierno para salvar este bandido, usando su hilo de telaraña. - Agarre mi hilo y suba – dijo la araña.
Kandata agarró el hilo, y subió lo más rápido que pudo. Después de un rato, notó que el hilo estaba temblando. Miro hacia abajo y descubrió que otros seres del infierno estaban subiendo por el hilo detrás de él. El hilo se estrechó demasiado pero no se rompió.
Más y más seres estaban agarrando el delicado hilo. Por eso Kandata no miro hacia arriba al Buda sino que miro hacia abajo donde estaban todos los seres siguiendolo.
El gritó – ¡Suéltenlo! Este hilo es mió.
De repente el hilo se rompió y Kandata y todos los seres se cayeron al infierno.
Panthaka continúo – El arrepentimiento de Kandata no fue sincero. No cambió. El hilo de la telaraña puede sostener todo el peso de los seres, porque un pensamiento de generosidad y bondad tiene el poder de salvar a miles de vidas. Pero los pensamientos egoístas de Kandata quebraron el hilo. El todavía tiene el concepto de un “Yo”. Porque sus hábitos malos son tan fuertes que no pueden ayudar a los demás. Ni aún el Buda no podría salvarlo.
- Voy a buscar el hilo de mí telaraña. – dijo Mahaduta. – Si hay un rayo bueno en mi vida, yo no lo dejo para mi mismo.
Los dos quedaron en silencio. Pantahaka vendó las heridas del bandido.
Por fin Mahaduta susurró – Si dejar de ser malo es una cosa buena, entonces hice una cosa buena. Y aún hay algo bueno por hacer.
El bandido preguntó - ¿Sabe dónde vive Pandu el joyero rico de Kaushambi?
- Soy de Kaushambi y lo conozco bien - respondió Panthaka. - Pero ahora no es rico. - Que lástima. Lamento escuchar eso. Y aunque le parezca extraño que no me alegre, por ser él quien me enseñó a oprimir a los demás. Fue él quien me enseñó a pelear para después ser su guardaespaldas. Cuando lastimaba a otros, él me daba mi recompensa. Fue una persona sin corazón.
Después de que me golpeó, huí a las montañas. – Mahaduta siguió.
- He oído que él cambió, y que ahora es famoso por su bondad y benevolencia. No me lo puedo imaginar. ¿Es verdad, Venerable Maestro?
- Sí, es verdad. - replicó Panthaka. - El poder del arrepentimiento sincero es inconcebible e increíble. Cada vez me asombra más.
- Muchas veces pensé en la venganza - continuó Mahaduta. - En torturar a ese hombre de la misma manera en la que él me torturó. Y cuando por fin, él cayó en mis manos, viendo su cara de resignación, agarrando sus joyas, no pude hacerlo. Pues era como torturar a mi propio hermano. - Sí, todos los seres humanos son hermanos. En vida tras vida cada hombre fue su padre y cada mujer su madre. Usted tiene relaciones fuertes con Pandu, tanto buenas como malas. – dijo el monje.
- Creo que sí. Aquel día tomé todo sus oro y joyas pero lo dejé ir. Compartí el oro con mis cómplices pero dejé la corona de joyas escondida en una rendija de mi cueva. No sé por qué, no la vendí. No fue sólo porque la corona era muy difícil de vender. Pero por alguna razón pensé que necesitaba quedármela, y ahora estoy satisfecho.
Mahaduta hizo una pausa y siguió – Venerable Maestro, ayúdeme. Mi cueva está detrás de un gran cedro a media milla a lo largo de este riachuelo. La corona y las joyas de Pandu están en la rendija a la izquierda de la entrada. Meta su mano y extiéndala hacia la derecha. ¿Podrá recordarlo?
- Sí, lo recordaré - respondió el monje.
- No vaya solo. Vaya con Pandu y 30 de sus guardias. Mis cómplices aun están en los alrededores, pero Pandu puede vencerlos. Dígale a Pandu que me disculpe. Quiero que él recupere su riqueza y que todas las personas a las que yo he dañado tengan riquezas y sean felices. En mi próxima vida, haré mis votos para ser monje, para así ayudar a los hombres que caigan en las redes del sufrimiento que ellos mismos se tejen.
Mahaduta se acostó extenuado. No sentía ningún dolor por sus heridas, pero sabía que estaba muriendo. De repente sonrió con gozo celestial, levantó la mano y señalando al cielo, dijo – ¡Mira! Allá esta el Buda a punto de entrar el Nirvana, rodeado de sus seguidores. ¡Mira! Me está sonriendo.
La cara de Mahaduta se llenó de paz y felicidad. – Que bendición para la gente.
Sí, fue una gran bendición – agregó Panthaka. - Apareció en el mundo para enseñar a los seres humanos en el gran concepto – el concepto del nacimiento y la muerte. Nos enseñó a despertar del sufrimiento en el mundo. Nos enseñó que los deseos egoístas son la causa del sufrimiento. Nos enseñó que necesitamos caminar en el sendero correcto para quitarnos de este sufrimiento. Nos enseñó sobre la moralidad, la concentración y la sabiduría y a dejar la codicia, la ira y la confusión.
Durante vidas pasadas de cultivación dejó sus propios deseos y nos enseñó con bondad, compasión y gozo. Si cada persona tomara refugio en él, el mundo cambiaría a un lugar lleno de paz.
Mahaduta asintió. Bebió las palabras del monje como un hombre sediento. Trató de hablar, pero no pudo.
Sin embargo Panthaka entendió que él quería ser un discípulo del Buda, y lo bendijo con las palabras del refugio. Después contó los votos de un bodhisatva (un ser iluminado)
1. Los seres son innumerables, juro salvarlos
2. Las aflicciones son ilimitadas, juro cortarlas
3. Las enseñanzas de la doctrina son incontables, juro estudiarlas
4. El sendero del Buda es insuperable, juro alcanzarlo
Panthaka repitió tres veces el verso del Bodhisatva Samatibadra: Yo me arrepiento por todo el mal que hice y me reformo Debido a la codicia, el odio y la confusión Creados por el cuerpo, la boca y la mente.
Y otro verso:
Los pecados vienen de la mente, el arrepentimiento se hace en la mente Y cuando la mente se extingue, los pecados se olvidan
Los pecados se extinguen y la mente olvidada, ambos vacíos están
Es decir verdadero arrepentimiento y reforma
Cuando Panthaka estaba recitando estos versos, Mahaduta dio su último respiro, muriendo así con una sonrisa en la cara.
Panthaka pospuso su peregrinación y regresó a la ciudad de Kaushambi. Inmediatamente fue a la casa de Pandu y le contó todo lo que había pasado. Pandu, acompañado de una banda de hombres armados, regresó a las montañas. Los bandidos de Mahaduta ya habían huido y él pudo encontrar la bolsa con la corona sin ningún daño en el lugar exacto donde Mahaduta le dijo que estaría.
Cremaron el cuerpo de Mahaduta y pusieron sus cenizas en una urna sepulcral. Panthaka presidió el velatorio, recitando textos sagrados y versos budistas. Habló sobre el poder del karma, las leyes de causa y efecto, y el poder del arrepentimiento y reforma. Y citó éste verso:
Nadie puede salvarnos sino nosotros mismos
Nuestra fuerza es más grande que la que viene de los demás.
Necesitamos caminar por el sendero de la iluminación
Con el Buda como nuestro gran guía y maestro.
Panthaka elogió – El Venerable Narada siempre insistía que cada uno de nosotros es responsable de nuestras propias acciones, y somos responsables por los resultados de ellas. No hay dioses que recompensen o castiguen nuestros actos. Nos recompensamos o castigamos a nosotros mismos. Cada cosa viene de la mente, y nuestro mundo es la creación de nuestros pensamientos.
- Este hombre Mahaduta vivió una vida maligna, guiada por pensamientos malignos, y entonces conoció solamente la infelicidad. Pero por fin él cambió. Sus arrepentimientos y votos de cambiar promovieron la aparición y bendición del Buda. Antes de morir, se arrepintió sinceramente, e hizo una cosa buena, por eso murió feliz.
- Todos podemos aprender de su ejemplo. Nadie está libre de faltas. Todos estamos entrelazados en la red del karma que hemos creado nosotros mismos y todos tienen la habilidad de arrepentirse y gozar de la liberación. – concluyó Panthaka.
En la lápida de Mahaduta, se escribió el siguiente verso:
Aquí descansa el bandido Mahaduta, quien vivió en la ira, y murió por la ira
Al fin arrepentido y devolvió su botín,
Prometió que caminará por el sendero noble
El Buda le sonrió y certificó su cambio
Maha Prajna Paramita
Esta lápida se encuentra cerca del camino a las montañas y es conocida como “La tumba del bandido arrepentido”. Años después alguien construyó un templo a su lado donde los viajeros iban a rezar al Buda para tener un viaje sereno y por el arrepentimiento de los hombres malvados.
Pandu volvió a ser rico, más rico que antes. Pero no tuvo más interés en sus negocios que decidió dejárselos a sus hijos. Pero les enseñó que el dinero que se gana a costa del sufrimiento de los demás no dura, sólo con bondad y generosidad se puede asegurar un futuro lleno de felicidad.
Pandu vivió con tranquilidad hasta una edad mayor y en su lecho de muerte reunió a sus hijos y nietos y les enseñó – Cuando alguna cosa no sale bien en su vida, no culpen a los demás. No miren más allá de sus propios actos. Si fueron arrogantes, egoístas, codiciosos o crueles, entonces cambien sus propios vicios, porque todavía tienen el poder de cambiar sus propios actos. Si no tienen la habilidad de cambiar, busquen la ayuda de un maestro virtuoso o recen al Buda. Cuando cambien sus propios defectos, naturalmente obtienen fortuna y felicidad. Cuando estos lleguen no los retengan, es mejor compartirlos con los demás, y nunca se agotarán.
Recuerden este verso, el verso que el Venerable Narada me enseñó:
Si lastiman a otros, se lastiman a si mismos
Si ayudan a otros, se ayudan a si mismos
Para encontrar el Camino puro, el sendero de la luz
Dejen está ilusión de un “YO”
Publicado por Irene rettig