viernes, 26 de abril de 2013

Cómo ayudar al niño a que sea Fuerte para este mundo

 Por Nancy Ortiz

¿Qué imagen tenemos de este mundo? ¿Y cómo consideramos que es un niño fuerte para este mundo? ¿Cuáles son las palabras que primero se le vinieron a la mente?


Dos posturas que buscan fortalecer al niño: ¿Educación firme o flexible?
Por un lado hay una corriente de educación exigente, de padres que tienden a ser autoritarios, firmes o rígidos en sus límites y órdenes. Adultos que en general toman decisiones por los niños sin siquiera preguntarles lo que quisieran, porque “aquí mando yo”. Estos adultos en general consideran que el niño debe saber obedecer y acatar órdenes ante una autoridad para poder vivir o sobrevivir bajo las reglas de este mundo.
Esta corriente tiene muchos matices, uno de ellos es que deciden enviar a sus hijos a colegios exigentes para que “se preparen para este mundo competitivo”. He escuchado decir que temen mandarlos a escuelas con orientación artística o humanística porque les enseñan a los niños a estar “fuera de la realidad”; que la realidad es prepararlos para que puedan enfrentarse a este mundo; y se lee entre líneas “mundo cruel”.

Por otro lado hay otra corriente educativa que decide tener un acompañamiento más flexible. Y comprenden esta flexibilidad como una educación de “dejar ser y hacer”. Muchos padres desde esta visión temen ser autoritarios, dejan que los niños tomen decisiones de pequeñas a grandes. No saben cómo decirles “no”; titubean, temen bloquearles sus capacidades o su libertad. Consideran que son niños que tienen la sabiduría suficiente para tomar sus decisiones sobres sus vidas, o bien prefieren no poner límites para no bloquear esta sabiduría.

Ambas posturas buscan generar un niño seguro, fuerte, capaz de enfrentar y resolver distintas situaciones. Estas posturas, como las he planteado, representan dos polos casi opuestos. Y para no caer en los extremos y poder hallar el punto medio, el equilibrio, debemos primero tener en claro qué es lo más sano para el niño, qué es lo que verdaderamente lo hace fuerte, o ayuda a conservar su verdadera fortaleza.

De los extremos al equilibrio
Debemos saber que el bienestar de un niño en este mundo no se asegura al ofrecerle una educación meramente rígida y autoritaria, o una educación meramente intelectual, exigida desde temprana edad. Esto en vez de fortalecerlo, lo debilita porque lo lleva a un gran desconocimiento de sí mismo, a un profundo alejamiento de sus verdaderas necesidades e intereses. Produce en el fondo aquella sensación tan reiterada hoy en día en los adultos: Estamos con nosotros mismos pero no sabemos quiénes somos, qué queremos en realidad.
En definitiva una educación autoritaria, exigida para generar un niño competidor, seguro y fuerte, lamentablemente no hace más que dar como resultado un adulto perdido, débil o con una postura de seguridad superflua al estar desconectado de su verdadera identidad. Como dice Laura Gutman: “El futuro o el éxito de los chicos en una sociedad competitiva depende más de la estructura emocional, del amor, de la mirada, de la contención, de la comprensión de su ser niño y del juego creativo que del inglés que pueda aprender a los 4 años, o del colegio “superprestigioso”…” Libro: “Maternidad y el encuentro con la propia sombra”

Pero tampoco se trata de no exigirlo en nada, ni darle siquiera sanas responsabilidades acordes a su edad. Tampoco es sano dejarlos hacer y no hacer a su gusto, esto también debilita y confunde.
Recordemos que los niños de hoy tienen una fuerte energía, y necesitan encontrar adultos capaces de guiar esta fuerza, y también de contenerla. Necesitan descubrir en el adulto a una verdadera autoridad, que no es lo mismo que un ser autoritario.
Muchas veces tememos poner límites porque tememos ser autoritarios, y esto tampoco es sano. Si el niño percibe el puesto de “autoridad” libre, lo ocupará él mismo, y esto no traerá más que desequilibrio.
Si el padre o educador no sabe ponerle límites con amor y sana autoridad, se los terminará poniendo el mundo de la forma que sea. Por eso es importante que tomemos el rol de sana autoridad, de autoridad en amor, y ayudemos a estos niños a ser fuertes y sanos en lo que pueden, y a poder aceptar aquello que aún no pueden, en busca de que en algún momento puedan autosuperarse.

Un niño fuerte para este mundo
Un niño fuerte es un niño que recibió y recibe amor constantemente, abrazos, posibilidades de juego creativo y libre; es un niño que crece en contacto con la naturaleza, que despliega su fantasía libre de tecnología que lo limita.
Es un niño emocionalmente contenido; es decir, es un niño que ha recibido y recibe sanos límites, sanas frustraciones, sanos enojos contra un padre porque “no puede hacer lo que quisiera”. Pero también un niño fuerte es un niño que ha conservado su curiosidad, que se siente seguro, capaz de hacer y llegar a donde quiere. Es un niño vital porque tiene delante un adulto que ha sabido cuándo dejar que descubra por sí mismo su camino, cuándo dejar que se equivoque; que lo ha dejado experimentar, que ha sabido reconocer sus temores y lo ha dejado avanzar y ser protagonista de su vida.

Un niño fuerte es un niño que sabe que hay veces que podrá llegar a sus objetivos y que otras veces no podrá. Es un niño que gracias a los sanos límites del adulto aprende a tener tolerancia al error o la frustración de no poder hacer siempre lo que quiere.
Y atención, lo remarco: no ayudamos al niño a ser fuerte y sano si se le dice a todo que “si” para no dañarlo. Aquí estaremos creando un ser tirano y manipulador.

Un niño fuerte para este mundo es un niño que sabe lo que quiere, que conoce sus necesidades y las respeta. Es un niño que no perdió la solidaridad, el compañerismo, la compasión y el amor que ha traído como cualidades inherentes a su ser.
Un niño fuerte es un niño con un fuerte carácter, con una voluntad firme, con una determinación tenaz. Un niño fuerte es un niño cuestionador, movedizo, inquieto.
En definitiva, un niño fuerte es un niño sano; y un niño sano es un niño vital, repleto de energía dispuesta para gastar en movimiento corporal, para experimentar y saciar su curiosidad por el mundo nuevo que se abre ante sus ojos.

Por supuesto que como educadores debemos aprender a guiar a esta energía que traen, en vez de bloquearla como a muchos adultos de hoy les ha sucedido. Generaciones anteriores, al no saber acompañar esta fuerza, al tenerle miedo al descontrol, al temer perder la autoridad, se inclinaron por una educación coercitiva, limitante, que ha bloqueado muchas de las fuerzas necesarias para un sano desarrollo del mundo emocional, físico y espiritual del niño.

Un niño fuerte no es un niño sumiso, ni obediente todo el tiempo, pero tampoco es un niño que no sabe respetar u obedecer, y reconocer, en el momento que se le pide, a una sana autoridad.

Hay veces que resultará muy fácil acompañar la fuerza de estos niños sin bloquearla ni dejarla a la deriva. Otras veces sentiremos que es demasiado, que no sabemos cómo…

Comenzar por el principio
Los niños así como han venido a encontrarse con su propia evolución, también vienen a ayudarnos a evolucionar.
Antes de avanzar y de pensar cómo educamos a los niños, debiéramos tomarnos un tiempo en silencio y soledad para repasar cómo me han educado a mí: Cómo fue mi propia infancia, los límites que he recibido o que no he recibido, la flexibilidad o la rigidez con la que he crecido, los miedos que he heredado; las ideas, creencias que arrastro porque han sido cotidianas en mi infancia.
Desde ahí debo partir, primero para no repetir un esquema educativo que tal vez hace daño; y segundo porque cuando comienzo a sanar o a conocerme, me empiezo a encontrar conmigo mismo. Encuentro una estabilidad emocional, o me siento emocionalmente tranquilo en vez de en un equilibrio inestable que rápidamente se ve amenazado ante un desafío del niño. Pasamos de sentirnos perdidos a sentirnos adentro de nosotros en completo bienestar; y desde ese bienestar podemos ser verdaderos guías y tener claridad en los momentos dificultosos.

Y parecerá que es magia, algo increíble, pero no lo es: cuando nosotros, los adultos, comenzamos a trabajar en nosotros, a reconocernos, a plantearnos un nuevo camino, los niños se permiten soltar los roles insanos en los estaban. Se permiten dejarse guiar porque empiezan a confiar en nosotros, simplemente porque perciben que nos hemos encontrado, que somos capaces de contenerlos y guiarlos en todo momento. Esto les despierta tal confianza que ya no sienten necesidad de ponernos a prueba.

Autora: Nancy Erica Ortiz
Creadora del Curso a distancia “Los Niños de Hoy”