jueves, 16 de abril de 2015
Nikolai Roerich
Nikolai Roerich
Nikolai Roerich (1874-1947) fue un hombre distinto. Sin duda alguna, uno de los personajes más misteriosos e importantes de su época. Pintor y explorador de origen ruso, se adentró de lleno en el secreto de Shambhala y el mensaje de sus silenciosos guardianes cuando era muy poca la información que circulaba en occidente.
Roerich era hijo de un importante notario de origen escandinavo. Su madre pertenecía a una antigua familia de la nobleza rusa. Por deseo de su padre, inició los estudios de Derecho en 1883. Pero paralelamente ingresó en la Academia de Bellas Artes de su ciudad natal, San Petersburgo. El arte y la pintura se convertirían en su principal herramienta de expresión.
En 1901, se casa con Helana Ivanovna, su gran compañera de viajes espirituales. Con ella fundaría en 1930 la “Agni Yoga Society”, inspirada en los sabios que conocerían en oriente.
Y aquí muchos se preguntan: ¿Qué impulsó a Roerich en pos de aquellas lejanas tierras? ¿Qué lo llevó al desierto de Gobi y los Himalayas? ¿Por qué su gran interés en Shambhala?
Hay que subrayar que Roerich fue un hombre muy respetado en su tiempo. Entre otros personajes, hizo amistad con Rabindranath Tagore en Londres; y con Albert Einstein en EE.UU. —con quien mantuvo una fiel correspondencia hasta el fin de sus días—. Además, fue un importante colaborador de Igor Stravinsky en “Los Ritos de la Primavera”.
En realidad, Roerich había iniciado su búsqueda desde siempre. La expedición que emprendió a Asia Central fue tan sólo una consecuencia de su inclinación por el arte y lo espiritual. Aunque se dice que el móvil de tremendo viaje —que lo llevó a los lugares más sagrados de China, Mongolia y la India— era pintar paisajes exuberantes y conocer desde dentro las culturas de oriente, no pocos investigadores piensan que el explorador y artista ruso había recibido un “llamado”.
Como fuere, tan intensa fue su conexión con aquellas tierras que evocan la mítica Shambhala, que terminó afincándose en 1928 en el pueblo de Naggar de Kulu, en la India. Y allí continuó hasta su muerte en 1947, en medio de los sagrados Himalayas.
No obstante dejó una serie de notas sobre sus viajes, cientos de lienzos que evidencian un profundo conocimiento de Shambhala y, lo más importante, el pacto de la Liga de las Naciones.
Lo explicaré brevemente.
Un Pacto por la Paz
Nikolai Roerich expuso sus lienzos en diversas ciudades de Europa y EE.UU. Creó escuelas de arte y fomentó el surgimiento de grupos de investigación inspirados en el ideal de la cultura como puerta para la paz y la unidad.
En todas partes, fue recibido como un visionario de los nuevos tiempos. Inspiró a muchos con su idealismo, sentido de la belleza y creencia en un futuro de esperanza. Su creatividad, optimismo, humanismo y universalismo, “sacudió” a hombres de estado y líderes religiosos, que lo adoptaron como instructor e inspirador.
En 1929, Roerich lanza desde Nueva York la propuesta de “El Pacto y la Bandera de la Paz”, un tributo a preservar la cultura y el humanismo más allá de las fronteras y distinciones geográficas. Un año más tarde de haberse dado a conocer, la cruzada espiritual de Roerich es recibida por la Sociedad de las Naciones —prototipo de la actual ONU—, consiguiendo la aprobación entusiasta de figuras políticas y culturales de la talla de Alberto I Rey de Bélgica, del premio Nobel Rabindranath Tagore, de Maurice Maeterlink, y del presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt. Este proyecto estipulaba que todas las instituciones educativas, artísticas, científicas o religiosas, así como todos los edificios que poseyeran un significado, o valor cultural o histórico, debían ser reconocidos como centros inviolables y respetados por todas las naciones, tanto en tiempos de paz o de guerra. Con este objetivo se estableció un tratado que tenía la finalidad de ser ratificado por todas las naciones del mundo.
Fue de tal aceptación el Pacto por la Paz de Roerich, que el 15 de abril de 1935 era firmado en la Casa Blanca —en presencia del entonces presidente Roosevelt— con representantes de 21 gobiernos de toda América, entre ellos: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, República Dominicana, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Estados Unidos, Uruguay y Venezuela.
Roerich diseñó el símbolo de este pacto, que sería conocido como la Bandera de la Paz y de la Cultura: una circunferencia roja conteniendo tres círculos encarnados sobre fondo blanco. Este símbolo sagrado se encuentra en todas las civilizaciones y culturas de todos los tiempos. Los círculos simbolizan el arte, la ciencia y la religión. Hoy en día, otros países del mundo se han sumado a la también denominada Liga de las Naciones o “Pacto Roerich” —aunque, penosamente, no todos han respetado su acuerdo—. No pocos estudiosos del mundo subterráneo piensan que su propuesta de preservar la cultura y el genio humano —aún en tiempos de guerra— habría sido una indicación de los Maestros de la Hermandad Blanca. Aquellos seres saben que en los conflictos o enfrentamientos humanos los archivos históricos, obras de arte o yacimientos arqueológicos, podrían ser destruidos con las graves consecuencias que ello implica.
Al margen de ello, siempre se especuló si Roerich había entrado físicamente a Shambhala en algunos de sus viajes a Asia Central. En verdad, nada lo puede asegurar. Pero no queda duda de que accedió a un importante conocimiento. Quizá, conoció a los ancianos Mahatmas o Maestros de túnicas blancas que vigilan las altas cumbres de los Himalayas y las profundas soledades del desierto de Gobi.
Si fue así, debería, al menos, haber dejado una pista.
La clave está en sus pinturas…
El Código Roerich
Nikolai Roerich pintó más de 6.000 lienzos. Más de medio centenar alude a sus viajes por Asia Central y el misterio de Shambhala. Muchos de ellos se pueden ver actualmente en el Roerich Museum de Nueva York.
Una de las pinturas que más me impactó, fue “Burning of Darkness”. Me atraía profundamente ese color azul y aquella fila de Maestros que parecían salir de una caverna. Quien encabeza la fila, un hombre de cabello largo y barba recortada, porta entre sus manos un cofre que despide un brillo especial. Un detalle muy obvio como para pasarlo por alto.
Y siempre me pregunté: ¿Qué habrá en ese cofre?
Más allá de su connotación simbólica, intuía la existencia de un objeto real, escondido allí, y que probablemente Roerich conoció. Un objeto relacionado a Shambhala.
Luego supe de la existencia de “El Regalo de Orión”, un fragmento de un cuerpo celeste, procedente de aquellas lejanas estrellas, y que poseía extrañas cualidades. Increíbles poderes. También conocido como “La Piedra de Chintamani” (Chintamani: “piedra de los deseos” o “de la esperanza”) cada cierto tiempo salía de Shambhala a la superficie, generalmente en momentos claves de la Historia humana. Luego de cumplir su misión, la misteriosa piedra era devuelta al mundo intraterrestre.
En otro cuadro de Roerich, “Treasure of the World”, encontramos otra referencia a Chintamani. En el lienzo se observa a un potro que lleva a cuestas, a través de las montañas, un baúl o cofre ornamentado. Y el brillo o “fuego” que sale de él no puede ser más explícito sobre su naturaleza sobrenatural. ¿Acaso, el mismo que protegen los Maestros de la tapa de este libro? Viendo el cuadro original de “Burning of Darkness”, la semejanza es más que sospechosa. Además, para mi sorpresa, hallé en la pintura que tanto disfrutaba de Roerich las estrellas del cinturón de Orión, como si la constelación estuviese acompañando la escena de los Maestros con el cofre. Quizá, Roerich nos estaba diciendo que el secreto del contenido de aquel cofre luminoso, se tenía que buscar en esas estrellas que sirvieron de inspiración a los Egipcios para levantar sus principales pirámides.
En 1928, el Lama Talai‑Pho‑Brang, le preguntaba a Roerich si en occidente se sabía algo en relación a la “Gran Piedra”. Incluso le preguntó si sabían de qué planeta vino, y quién poseía ese tesoro. Lo más inquietante, es que aquella piedra u objeto recuerda, sospechosamente, la versión medieval del Santo Grial —en la obra “Persifal” se la describe como una esmeralda que cae del cielo—, la Diosa Umiña de los Incas —otra esmeralda, perdida, y que podía curar a la gente— o las mismísimas piedras benben que habrían coronado las puntas de las pirámides de Gizeh y que, sospechosamente, apuntan al Cinturón de Orión. Todo esto no puede ser fruto del azar.
Hoy por hoy comprendo que todos esos nombres señalan un solo objeto, físico y real, y que actualmente es custodiado por la Hermandad Blanca. Los lamas dicen que es la luz maxin que brilla en lo alto de las torres de la mística Shambhala. O, quizá, esté escondida en alguna secreta galería subterránea, perdida en un área remota del mundo. Como fuere, lo cierto es que tal como reza la profecía, aquel objeto —o lo que representa— debe salir a la luz en un nuevo momento clave de la humanidad. Probablemente muy pronto.
Pero no es la piedra la que puede cambiar las cosas, sino el uso que se le otorgue.
Roerich —quien supuestamente la tuvo en su poder, y la devolvió a sus “dueños” en el desierto de Gobi— dejó muchas “claves” y “pistas” en sus cuadros. Una ruta que no sólo nos conduce a un misterio mayor relacionado al Mundo Subterráneo y sus sabios Maestros. Me atrevería a decir que sus cuadros se han convertido en una puerta dimensional que va más allá de los Retiros Interiores y el misterio de esa piedra. Sus lienzos, son espejos del alma. Es una puerta a nosotros mismos. Quizá como la puerta que se abre ante siete peregrinos, en otra de sus desconcertantes pinturas…
Por: Ricardo Gonzalez (Proyecto ECIS)