jueves, 29 de diciembre de 2011

El Archivo Akáshico es algo que nos concierne a todos y a cada uno de los que han sido.

Con el Archivo Akáshico podemos viajar hacia atrás a lo largo del camino de la historia; ver todo cuanto ha sucedido, no tan sólo en este mundo, sino también en otros mundos; porque hoy los científicos han llegado a corroborar lo que los ocultistas han conocido desde siempre; que existen otros mundos ocupados por otras personas, no necesariamente humanas, pero que son, sin embargo, seres sensibles.

Antes de hablar extensamente sobre los Archivos Akáshicos debemos conocer algunas cosas sobre la naturaleza de la energía o materia.

La materia, como ya hemos dicho, es indestructible, marcha desde la eternidad.

Las ondas eléctri­cas son indestructibles.

Los científicos han hallado reciente­mente que, si una corriente es inducida en un rollo de alambre de cobre, la temperatura del cual se ha reducido previamente hasta lo más cerca posible del cero absoluto, la corriente inducida sigue siempre avanzando sin disminuir nunca.

Todos sabemos que, a temperaturas normales, la co­rriente no tarda en disminuir y en extinguirse, debido a las varias resistencias. Así, la ciencia ha descubierto un nuevo recurso; ha encontrado que si un hilo conductor de cobre puede experimentar una suficiente reducción de su tempera­tura, una corriente eléctrica inducida continúa circulando por él y permanece constante sin necesidad de que ninguna fuente exterior tenga que alimentarla.

Con el tiempo, los hombres de ciencia descubrirán que el hombre posee otros sentidos y otras capacidades.

Pero esto, por ahora, todavía no puede ser descubierto por los hombres de ciencia porque los procedimientos científicos van lentamente y no siempre resultan sencillos.

Hemos dicho que las ondas son indestructibles.

Considere­mos el proceso de las ondas de luz. La luz nos llega de los más distantes cuerpos celestes más remotos de nosotros. Los más grandes telescopios de la Tierra van escudriñando por el espacio, en otras palabras, van captando luz de enor­mes distancias de la Tierra.

Algunos de los cuerpos celestes que nos mandan luz, la emiten desde mucho antes que nuestro mundo, o que nuestro universo, gozasen de existencia.

La luz es una cosa extremadamente veloz; tanto, que apenas podemos imaginarlo, debido a que estamos dentro de cuerpos humanos y extremadamente entorpecidos por toda suerte de limitaciones físicas. Lo que consideramos «rápido» aquí en el suelo, tiene una diferente significación en un plano diferente de existencia.

A modo de ilustración, diremos que un ci­clo de existencia, para el ser humano, son setenta y dos mil años.

Durante este ciclo una persona existe, repetidamente en distintos mundos, dentro de distintos cuerpos. Setenta y dos mil años, pues, es la duración de nuestro «período escolar».

Cuando nos referimos a la «luz», en vez de la radio o de ondas eléctricas u otras, es debido a que la luz puede ser observada directamente, sin necesidad de equipos generali­zados, y la radio, no.

Podemos ver la luz del Sol y de la Luna, y si disponemos de un buen telescopio o de unos potentes gemelos, podemos percibir la luz de estrellas muy distantes, que iniciaron su presencia mucho antes de que la Tierra fuese ni tan siquiera una nube de hidrógeno flotando en el es­pacio.

La luz, también se emplea como medida del tiempo o del espacio. Los astrónomos nos hablan de «años-luz», y hemos de decir, llegados a este punto, que esta luz, venida de un mundo muy distante, seguirá su viaje cuando éste en que vivimos haya cesado de existir; de manera que estamos for­mando, en nuestra percepción, un cuadro de cosas que ya no son y alguna de ellas hace largos años que ya no existen.

Si alguien encuentra estas cosas difíciles de entender, con­sidere lo que sigue: tenemos una estrella situada en las mayores distancias del espacio.

Durante años, centurias, el astro nos ha ido enviando ondas de luz a la Tierra.

Estas ondas luminosas pueden tardar mil, diez mil, cien mil, o un millón de años en llegar a la Tierra, porque una determinada estrella, la fuente de esta luz, es extremadamente lejana.

Un día determinado la estrella entra en colisión con otra; puede producirse un gran estallido de luz, o ésta puede ser extin­guida. Para nuestro propósito, supongamos que se ha pro­ducido una extinción total. Siendo así, la luz dejará de llegar, en adelante, a nosotros.

Pero durante un millar, o diez millares o un millón, su luz nos va llegando, porque emplea todo ese tiempo para cubrir la distancia que hay entre aquella fuente de luz y nuestro planeta.

De este modo, nosotros podemos ver la luz cuando su fuente ya ha cesado de existir. Permítasenos opinar algo que es del todo imposible mientras estamos en nuestro cuerpo físico, pero que es sencillo y común cuando estamos fuera del cuerpo.

Afirmemos, además, que nosotros podemos viajar más rápidos que el pensamiento.

Necesitamos que sea así, ya que nuestro pensamiento posee una velocidad definida, como cualquier doctor puede expli­carnos. Conocemos hoy la velocidad con que una persona reacciona en una situación determinada. La velocidad o la lentitud a que podrá poner los frenos, a qué velocidad podrá mover el volante. Son conocidas las velocidades de todos nues­tros reflejos, de los pies a la cabeza. Nosotros, para el propósito de nuestro análisis, necesitamos viajar instantáneamente. Ima­ginemos que podemos llegarnos en un instante a un planeta que está recibiendo luz emitida por la Tierra tres mil años atrás.

Situados sobre este planeta nos llegará la luz de la Tierra de tres mil años ha.

Supongamos que disponemos de un telescopio de un tipo jamás imaginado con el cual podemos contemplar perfectamente la superficie de la Tierra inter­pretando los rayos que nos llegan allí ; entonces podremos ver la vida como era en el antiguo Egipto y los bárbaros del Oeste, cuyos indígenas iban cubiertos de barro, o todavía menos, mientras en la China descubriríamos una civilización perfectamente avanzada, tan distinta de la que allí reina en nuestros días.

Si nos fuese posible, en aquel mismo instante, desplazarnos a menor distancia, veríamos imágenes completamente dis­tintas. Supongamos un planeta cuya distancia de la Tierra nos permitiese ver lo que ocurría mil años atrás con respecto de la Tierra. Veríamos un mundo del año mil (de nuestra Era).

Una alta civilización en la India, mientras el Cristia­nismo iba extendiéndose por el mundo occidental; y tal vez algunas invasiones en Sudamérica.

El mundo también pre­sentarla algunas diferencias, comparado con el actual, porque la línea de la costa es continuamente variable; la tierra surge de las aguas, las costas sufren erosión.

En el plazo de una existencia humana no se nota gran diferencia; pero, en un período de mil años, las diferencias se nos harían visibles

Ahora, en realidad, nos hallamos sobre un mundo lleno de las más notables limitaciones; ello es causa de que nos sea posible recibir impresiones únicamente dentro de una zona muy limitada de frecuencias.

Si podemos darnos cuenta de algunas de nuestras aptitudes «extracorporales» por com­pleto, como pueden ser dentro del mundo astral, nos será posible ver las cosas bajo una luz diferente; podremos darnos cuenta de cómo toda materia es indestructible; todo experi­mento que hemos realizado en el mundo, continúa irradiando hacia el exterior, bajo la forma de unas ondas.

Con habili­dades especializadas, podemos interceptar aquellas ondas; de una manera muy parecida a la de cómo podemos interceptar las ondas de luz.

Un ejemplo muy sencillo puede propor­cionárnoslo una lámpara proyectora de vistas; se introduce la placa por un lado, actuando en una habitación a oscuras, y, habiendo puesto una pantalla, preferentemente de color blan­co, enfrente de la lente del proyector a la distancia oportuna, y enfocamos la luz de dicha pantalla, con lo que veremos una imagen.

Pero si, en lugar de la pantalla, proyectamos esa imagen sobre la ventana y las tinieblas exteriores, divi­saremos sólo un rayo de luz, sin imagen alguna.

De ello se sigue que la luz tiene que ser interceptada, reflejada sobre algo, para ser plenamente percibida y apreciada.

Si tomamos un proyector, en una noche clara y despejada, y lo enfocamos al espacio, veremos sólo un pálido rastro luminoso; pero basta con que el proyector enfoque una nube o cualquier avión de paso, para que nos demos cuenta de que existe la fuente luminosa.

Uno de los más viejos sueños de la Humanidad ha sido el de poder disponer de «viajes a través del tiempo».

Estos sueños no pasan de ser meras concepciones fantásticas mien­tras existimos dentro de nuestra carne y sobre la Tierra; ya que la envoltura carnal nos limita de una manera triste; son nuestros cuerpos tan lamentablemente condicionados, y nues­tra necesidad de aprender sobre la Tierra, lo que nos ha im­plantado en nuestros ánimos tantas dudas e indecisiones, que antes de sentirnos convencidos necesitamos lo que llamamos «pruebas» el talento para descomponer una cosa en una serie de piezas para ver como funcionan y asegurarse de que no pueden funcionar de otro modo.

Cuando llegaremos más allá de la Tierra y entraremos en el astral, o todavía más allá, los viajes a través del tiempo nos parecerán tan sencillos como el ir, en nuestro estado actual, al cinema o al teatro

Los Archivos Akáshicos, siguiendo adelante, son una forma de vibración, no necesariamente luminosa, porque compren­de igualmente que la luz, el sonido.

Esta forma de vibra­ción no tiene sobre la Tierra término alguno que la describa.

Lo más próximo a ella son los ondas de la radio.

Constan­temente nos llegan de todas partes del mundo; cada una nos trae diferentes programas, lenguas distintas, músicas diversas, diferentes tiempos.

Es posible que algunas ondas nos lleguen y nos traigan programas que, para nosotros, pertenezcan al mañana de su punto de partida.

Todas estas ondas nos van llegando continuamente; pero no nos damos cuenta de ellas hasta que disponemos de algún artificio mecánico, que llama. mos aparato de radio, que pueda recibir las ondas y dete­nerlas para que sean audibles y comprensibles por nosotros.

Entonces, por medio de un aparato eléctrico o mecánico, retardamos la frecuencia de las ondas de la radio y las con­vertimos en ondas sonoras.

De una manera muy parecida si, sobre la Tierra, consegui­mos alguna vez moderar las ondas de los Archivos Akáshicos, seremos. capaces de presentar auténticas escenas históricas en la pantalla de la televisión.

Y a los historiadores les va a dar un ataque cuando puedan ver que la historia, tal como va impresa en los libros, es falsa de pies a cabeza.

Los Archivos Akáshicos se forman de las vibraciones indestructibles que constituyen la suma total de los conocimientos humanos, que emana del mundo en muy parecida forma de la que se difunden los programas de la radio. Todo cuanto ha sucedido en este mundo, todavía existe en forma de vibra­ciones.

Cuando nosotros salimos de nuestro cuerpo, no nece­sitamos ningún recurso especial para entender estas ondas; no empleamos artificio alguno para hacerlas más lentas; en saliendo de nuestro cuerpo, nuestro «receptor de ondas» se halla acelerado de una manera tal que, con práctica y entre­namiento, podemos ser receptivos de lo que llamamos Archi­vos Akáshicos.

Volvamos al problema de cómo superar la velocidad de la luz. Será más fácil, si olvidamos la luz por un momento, y tratamos, en su lugar, del sonido, porque éste es más lento y no nos precisan distancias tan considerables para calcular los resultados. Supongamos que estamos en un espacio abierto y de pronto escuchamos un avión a reacción a gran velo­cidad.

Escuchamos el sonido, pero es inútil mirar hacia el punto de donde parece partir el sonido, ya que el reactor corre más que el sonido, y siendo así, el avión adelanta mucho a su propio sonido.

El primer aviso que durante la segunda Guerra Mundial se tenía de la llegada de un pro­yectil-cohete, era el de la explosión y de la caída de los bloques de piedra, con los chillidos de los lesionados. Luego, cuando la polvareda empezaba a disiparse, llegaba el ruido del cohete por el espacio, aproximándose.

Esta alucinante experiencia se debía al hecho de que el cohete llevaba una velocidad mucho mayor que la del sonido que producía. Por eso, el cohete llevaba a cabo su trabajo destructor antes de que le anunciase su propio ruido por el espacio.

Una persona puede hallarse situada sobre una colina, mirando un cañón que dispara, situado en la cumbre de otra colina. Dicha persona no podrá jamás percibir el ruido del proyectil cuando pasa exactamente por encima de su persona; el so­nido le llegará poco después, cuando el proyectil llega pri­mero y el sonido después, cuando el proyectil se va perdiendo en la distancia.

Nadie ha muerto de ninguna bala que haya escuchado; porque primero llega el proyectil que su sonido. Por esto es tan asombroso en las guerras, contemplar a los hombres agachando la cabeza ante el sonido de una granada «que ya ha pasado».

En realidad, si han escuchado el ruido, quiere decir que el proyectil ya ha pasado de largo.

El sonido es lento, en comparación con la luz o la mirada. Puestos de pie en la cumbre de esta colina podemos ver un cañón cuando lo disparan; primero percibiremos una llamarada en su boca, y mucho más tarde — depende de la distancia a la que estemos de la pieza de artillería —, nos llega el ruido de la granada, pasando por encima de nuestra cabeza.

Podemos distinguir, a lo lejos, un hombre derribando un árbol; el hombre estará a una cierta distancia de nosotros; veremos el hacha golpeando el tronco, y un momento más tarde percibiremos el ruido de la herramienta.

Es ésta una experiencia que casi todos habremos tenido

Los Archivos Akáshicos contienen el testimonio de todo cuanto ha sucedido en el mundo.

Los diversos mundos tienen, cada cual, sus Archivos Akáshicos, del mismo modo que cada país posee sus propios programas de radio. Todos aquellos que poseen conocimientos suficientes, pueden sin­cronizar con el Archivo Akáshico de cada mundo; no tan sólo del suyo propio, y se pueden enterar de los acontecimien­tos históricos y de las falsificaciones contenidas en los libros de la historia.

Pero, en los Archivos Akáshicos, hay algo más que un recurso para satisfacer la propia y vana curio­sidad. Podemos consultarlos y ver cómo fracasaron nuestros planes personales.

Cuando morimos para este mundo, vamos a otro plano de existencia, dentro de la cual todos tienen que verse cara a cara con las propias obras; lo que hicimos y lo que dejamos de hacer, debiendo hacerlo.

Veremos el conjunto de nuestras vidas, con la velocidad del pensamiento.

Lo ve­remos a través de los Archivos Akáshicos, y no sólo desde el momento que lleváramos las cosas a la práctica, sino desde aquellos momentos antes de nacer, en los cuales planeamos cómo y dónde habríamos nacido.

Entonces, con estos cono­cimientos y habiendo visto nuestros errores, planearemos otra vez y volveremos a intentar otra existencia, exactamente como un niño, en la escuela, viendo sus equivocaciones en las respuestas escritas

Lobsang Rampa
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