domingo, 24 de junio de 2012

LA REENCARNACION

“Pasando vio un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos
le preguntaron: Maestro, ¿Quién peco, este o sus padres
para que naciera ciego?”
(Evangelio de Juan 9,1)

"Saber quienes hemos sido, para saber quiénes podemos ser". Reconocer que nuestras actuales condiciones obedecen a deudas o méritos de existencias pasadas, es parte del proceso del autoconocimiento. Así como nosotros no enviamos a nuestros hijos un año a la escuela, sino que los remitimos año tras año, para ampliar su aprendizaje, y a la vez para que incorpore cosas nuevas; la Divinidad, sabiendo que el ser no logra realizarse en una sola existencia física, le otorga tantas existencias, como le sean necesarias para pasar al plano inmediato superior.
El ser humano es como un actor de una obra teatral. Cada actuación le lleva a asumir un diferente personaje que enriquece su capacidad histriónica. Pero terminada la obra, el actor deja de lado el personaje, se quita el vestuario, el maquillaje, deja atrás la escenografía y sale a la calle como individuo que es. En el gran teatro del mundo, nos encontramos permanentemente variando personajes, que nos permitan con el tiempo llegar a estelarizar las obras.
Nunca hemos sido mejores de lo que ahora somos y también, somos el resultado, de nuestras experiencias pasadas. La reencarnación, es entonces la explicación del porqué de la oportunidad o situación que nos toca vivir. Pero obviamente algún mérito habremos conseguido como para estar ahora conscientes de la responsabilidad de saber y de actuar, preparándonos cada día más para cuando seamos requeridos a plenitud.
Los egipcios enseñaban la reencarnación ya 3,000 años antes de nuestra era, con estas palabras: "Antes de nacer, el niño ha vivido ya y la muerte no termina en la nada. La vida es un devenir, que transcurre semejante a un día de sol, que recomenzará".
Asimismo, Platón enseñaba la doctrina del renacimiento. Decía: "Para que en esas vidas, las almas de los muertos desgasten sus malas acciones pasadas". Afirmaba que: “Las almas reencarnadas lo hacen en cuerpos que se asemejan a los que tuvieron en vidas anteriores, e igualmente en instinto y tendencias adquiridas por anteriores experiencias". Y en Fedón podemos leer: "El alma es más vieja que el cuerpo. Las almas renacen sin cesar del Hado, para volver a la vida actual".
La escuela de Hermes ya sostenía que: "Las almas bajas y malas permanecen encadenadas a la tierra por múltiples renacimientos; pero, las almas virtuosas suben volando hacia las esferas superiores".
Los neoplatónicos afirmaban: “Cada alma recibe el cuerpo que le conviene y que está en armonía con sus existencias anteriores”.
Orígenes, discípulo de San Clemente, el más instruido de los padres cristianos, aceptaba la doctrina de la reencarnación (vidas sucesivas), que era del conocimiento y creencia común de los primeros tres siglos del cristianismo, y por ello fue anatematizado en aquel famoso Segundo Concilio de Constantinopla. Decía: “Cada alma recibe un cuerpo de acuerdo con sus merecimientos y sus previas acciones".
San Gregorio Nacianceno (328-389), decía: "Hay necesidad natural de que el alma sea curada y purificada, y de que, sí no lo es en esta vida lo sea en otras siguientes y futuras".
San Agustín, en su Libro de "Confesiones" emplea esta frase: "Antes del tiempo que pasé en el seno de mí madre, ¿No habré estado en otra parte y sido otra persona?...
Krishna, hacia el año 3,000 antes de nuestra era (según la cronología de los brahmanes) dijo:..."Yo y vosotros hemos tenido muchos nacimientos. Los míos no son conocidos sino por mí, pero vosotros no conocéis siquiera los vuestros". Y en diálogo con su discípulo Arjuna (Véase Bhagavad Gita), dice: "Así como el alma residente en el cuerpo material pasa por las etapas de la infancia, juventud, madurez y vejez; así a su debido tiempo pasa a otro cuerpo y en otras encarnaciones volverá a vivir y desempeñar una nueva misión en la Tierra".
Los Vedas, al igual que los cristianos afirmaban la inmortalidad del alma y la vuelta de nuevo a la carne. Sostenían "Que el alma es la parte inmortal del hombre; que las almas vienen hacia nosotros y regresan, y vuelven a venir; que todo nacimiento, feliz o desdichado, es la consecuencia de las obras practicadas en las vidas anteriores". Y según el Corán: "Alá nos envía muchas veces hasta que regresemos a Él".
También Ovidio cantaba: "Las almas van y vienen. Cuando vuelven a la Tierra, dan vida y luz a nuevas formas". Y Virgilio, en "La Eneida" asegura que, el alma al hundirse en la carne, pierde el recuerdo de sus vidas pasadas.
Los cabalistas, así como los exegetas judíos, se ocuparon intensamente de la reencarnación; basta leer "Trasmigración del Alma", del rabí: Isaac Luria.
Los hebreos tenían pues la convicción de la reencarnación, tal como se puede ver con la comisión enviada por el clero judaico del Sanedrín a Juan el Bautista, al preguntarle si él era el Mesías o era Elías (Juan 1,19-22). Posteriormente será el mismo Jesucristo quien confirma diciendo: "Y si queréis oírlo, el es Elías que había de venir"... (Mateo 11,14-15).
En el siglo IV-V, San Jerónimo, secretario del Papa Dámaso I y autor de la Vulgata (la Biblia traducida al latín), en su controversia con Vigilantus, el Galés, debía aún reconocer que el renacimiento de las almas era la creencia de la mayoría de cristianos de su tiempo.
La condenación de los puntos de vista de Orígenes, por ejemplo, y las teorías gnósticas, por el Concilio de Constantinopla II (año 553), a instancias del emperador Justiniano I y el Papa Virgilio quién promulgó una Ley en la que declaraba. "Todo aquel que sostenga la mística idea de la preexistencia del alma y la maravillosa opinión de su regreso, será anatematizado. Esta anatematización o maldición en aquellos tiempos, significaba la persecución; por lo que, a pesar de ser una creencia sostenida por los primeros cristianos, fue cayendo en el olvido en las siguientes generaciones.
Y en lugar de esta concepción clara del destino en la vida de los humanos, conciliadora de la justicia divina con las desigualdades y sufrimientos humanos, surgieron un conjunto de dogmas que hicieron la oscuridad en el problema de la vida y alejaron al hombre de Dios. Sin embargo la creencia en las vidas sucesivas reaparece en el mundo cristiano en diversas épocas.
Un caso evidente de reencarnación mencionado en la Biblia, es el caso de Elías, profeta de Israel. El fue arrebatado en un carro de fuego (un ovni), delante de un testigo llamado Eliseo, su discípulo. Pero poco antes de que esto ocurriera, Elías se enteró que el rey Ajab, rey de Israel, se había olvidado del culto a Yahvé o Jehová, y estaba adorando al Dios de su esposa Jesabel. Cuatrocientos cincuenta sacerdotes del dios Baal comían en la mesa de Ajab. Por tanto, en un arranque de celo de amor a Dios, Elías retó a los sacerdotes de Baal, para que sacrificaran un holocausto a su dios en el monte Carmel, que él solito haría lo propio delante del pueblo. Quien no pudiera demostrar que su Dios era el verdadero, lo pagaría con la muerte. Los sacerdotes de Baal, estuvieron durante horas cantando y danzando delante de su altar, pero su Dios no se manifestó. Elías hizo lo propio, y del cielo bajó un rayo de luz que consumió la ofrenda. Entonces tomó entre sus manos una espada, y arengando al pueblo degolló a los sacerdotes, les cortó la cabeza.
Existe la Ley de Causa y Efecto expresada en la Biblia como la Ley del Talión, que es “ojo por ojo, y diente por diente”. Por tanto en el Evangelio de Lucas, se nos dice: “Que el ángel se le apareció a Zacarías, el esposo de Isabel, la prima de María y sacerdote del templo. Y le dijo que le iba a nacer un hijo, que vendría con el espíritu de Elías”. No con la personalidad ni con el carácter, porque eso muere con la persona, sino con su espíritu. Así que si Juan el Bautista era la reencarnación de Elías, y Elías tenía una deuda de sangre por haber matado a otros seres humanos cortándoles la cabeza. ¿Cómo murió Juan Bautista?
Las versiones actuales del Nuevo Testamento, explican que Jesús después de la transfiguración en el Monte Tabor, se encontró con los tres apóstoles que le acompañaban, y estos le preguntaron: ¿Señor, pero no estaba dispuesto acaso que antes de que viniera el Mesías tenía regresar primero Elías? A esto, Jesús les respondió: En verdad os digo, que Elías ya vino y no le conocieron, sino que hasta le habéis matado. Así también harán ellos padecer al hijo del hombre. Entonces, entendieron los discípulos que les había hablado de Juan el Bautista” (Mateo 17,10-13).
En el evangelio de San Juan (Cáp.9, 1- 3) dice: "Pasando vio un hombre ciego de nacimiento, y sus discípulos le preguntaron: ¿Maestro quién pecó, éste o sus padres para que naciera ciego? Respondió Jesús: Ni pecó éste ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios”. Cómo podían preguntarle a Jesús si ese hombre que era ciego de nacimiento, ¿Lo era porque él había pecado o sus padres? ¿En qué quedamos? ¿Si no existen vidas anteriores cuando había pecado? Pero no siempre las situaciones de la vida son consecuencias de desacierto o pendientes de nuestras vidas anteriores. Ciertas situaciones muy duras pueden ser parte del proceso de aprendizaje y no necesariamente un castigo.
Si dos personas no nacen en igualdad de condiciones, cómo podríamos hablar de justicia y equidad Divina. Uno nace hombre y otro mujer, y no hay aún igualdad de condiciones para ambos; uno nace pobre y otro rico; uno sano y otro enfermo; uno con todas las oportunidades en la vida y otro sin ninguna; uno tuvo una larga vida, y el otro ni bien nació se murió o no nació; uno tuvo una hermosa familia, y el otro, o no la tuvo o mejor que ni la hubiera tenido. Todo esto se explica desde la reencarnación como la oportunidad para aprender a ser solidario unos con otros.
Y que otras obras de Dios podrían manifestarse sino sus leyes sabias y justas, entre ellas, como decía la de Causa y Efecto.
La reencarnación o encarnación sucesiva de los seres, es una ley natural y cósmica. Sin ella, las actuales desigualdades humanas: físicas, intelectuales y morales, no tendrían una explicación lógica. Así hasta los fenómenos dolorosos serían reajustes del orden violado, como rescate de deudas contraídas con la Ley Universal del Amor en el pasado.
Analicemos, por un momento, a la luz de la razón. La más elemental lógica nos hace ver que si Dios es infinitamente sabio y justo (y en ello concuerdan todas las religiones), tendría que proveer a todas las almas con las mismas cualidades intelectuales, morales y volitivas, y nacer en las mismas condiciones humanas; si tan solo una vida le diera a cada alma para alcanzar la llamada bienaventuranza. Y, es así ¿acaso? No, absolutamente no. No nacemos todos iguales. ¿Podremos entonces, culpar a Dios, que es la Máxima Sabiduría Cósmica y el eterno Amor? Además, si el alma es creada por Dios, al nacer, tiene que ser pura; porque es inadmisible a la razón, que Dios pueda crear algo impuro.
Inmortalidad del Alma.
Todo cuerpo recién fallecido contiene todas las sustancias orgánicas, pero le falta eso que llamamos Vida; porqué de ese cuerpo ha salido la energía consciente o el psiquismo que la animaba, a la cual llamamos Alma. Pero ese psiquismo no se desintegra, porque lo que no ha nacido, con la vida material orgánica, no muere con ella. Ese psiquismo, ese hálito de vida, el Alma preexistente a la formación del cuerpo, es inmaterial e inmortal; y pasa a vivir en otra dimensión, con un cuerpo fluidico compuesto de sustancia etérea magnetizada.
El Alma, el psiquismo que anima a todo cuerpo: humano, animal, vegetal, sobrevive entero como unidad, en el hombre, y grupal en los reinos animal y vegetal.
La muerte destruye tan solo el cuerpo físico orgánico y da libertad al Alma, que continua viviendo ligada por el amor a los que fueron sus afines, familiares o amigos en la vida física. Cuando llegan a desarrollar su facultad sensitiva y vibrar en el amor fraterno, pasan a ser los guías espirituales, ángeles tutelares más íntimos. Pero, cuando son almas ruines y cargadas de odio o resentimiento, pueden causar mucho daño a quienes odian, llegando a causar ciertos trastornos alrededor de las personas.
El Espíritu, que es donde residen las facultades: intelectiva, volitiva, racionativa y creadora; con el Alma, facultad sensitiva, forman un todo espiritual que no muere jamás. Sigue progresando y viviendo en los mundos, hasta llegar al grado de perfección que le libere de las encarnaciones en los mundos físicos, para continuar colaborando en la obra divina del progreso de los mundos y las humanidades.
La Ciencia.
"Y el Señor Dios me habló diciendo: "Antes que fueses engendrado en el seno de tu madre te conocí", Jeremías I, 4-5. Según los trabajos de investigación del Dr. J. B. Rhine en el laboratorio de Parapsicología de la Universidad de Duke (North Carolina, EE.UU.), ya se han colocado en el plano científico, en forma probada, a los fenómenos de materializaciones de cuerpos fluídicos (psicosoma), probando así la existencia del alma después de la muerte física.
En el siglo XX un grupo de científicos soviéticos compuestos por biólogos, biofísicos, bioquímicos se reunieron cerca del centro espacial soviético de Kazakastan, para estudiar un espectacular descubrimiento: La cámara Kírlian, del físico ruso Semyur Kírlian y su esposa Valentina. Consiste esta en una cámara de alta frecuencia que, traspasando la densidad del cuerpo físico, cual Rayos X, y muestra el duplo inmaterial de una persona. Y llega hasta mostrar la energía de brazo cortado o pierna en personas a quienes les habían sido amputados. Con equipos ópticos combinados con la cámara de los Kirlian, los científicos en referencia llegaron a obtener la visión y fotografía (efluvio grafía) del psícosoma y del aura que emana de personas, animales y vegetales; visión ésta que hasta ahora estaba reservada a algunos con capacidad clarividente.
Para los científicos soviéticos no fue tan sólo la confirmación de la veracidad del fenómeno, sino que además la confirmación de que el ser humano, los animales y las plantas tienen, además del cuerpo físico orgánico, un cuerpo de energía que denominaron: "cuerpo de plasma biológico" o "cuerpo bioplasmático"; y que los cuerpos emiten efluvios o emanaciones en colores, según el estado psicomagnético del sujeto, y cuyas emanaciones cesan al producirse la muerte del sujeto, humano, animal o vegetal, según los experimentos realizados…