miércoles, 6 de junio de 2012

La vida del Buda

Charla de Kavindhu,

Wesak es el día en que se celebra al Buda y su Iluminación.

Voy a hablar un poco sobre la parte de la historia del Buda que culmina en su Iluminación.

Y en el camino intentaré explorar algunos de los eventos que más destacan de la historia en términos de lo que podrían significar para nosotros aquí y ahora.

Es decir, intentaré explorar esta parte de la historia del Buda como una gran metáfora, o incluso como un Ideal, como un Mito que puede informar nuestras vidas y hablarnos directamente.

En la preparación de esta charla he utilizado citas del Canon Pali, de las escrituras más antiguas del Budismo. Debo mucho también a mis maestros, en especial Sangharakshita y Subhuti, de quienes he tomado prestadas algunas de las ideas o explicaciones.

Antes que nada hemos de establecer que Siddharta Gautama, el Buda, fue un ser humano. No era un profeta, no era hijo de Dios. Fue un ser humano como nosotros.
Y tal vez lo segundo que destacar era que por medio de sus propios esfuerzos alcanzó la visión clara, que despertó del sueño o el el engaño que que normalmente vivimos los seres humanos. Es decir, alcanzó la Iluminación: ver la naturaleza de la realidad y vivir en armonía con esa naturaleza.

Hay otro aspecto que destacar desde un inicio, y que es puesto en relieve por el esfuerzo personal del Buda y por su claridad al perseverar en vivir por sí mismo la Iluminación. Y este aspecto es que el camino del Dharma tiene una característica particular que lo distingue de la mayoría de las demás religiones, e incluso de la filosofía. Se trata de un camino que se construye a través de la experiencia propia.

No es, pues un camino al que se llega llenando nuestra cabeza de conocimientos, o haciendo lo que otros nos dicen que debemos hacer, sino a través de nuestros propios esfuerzos dedicados a despertar gradualmente.
Esfuerzos que requieren un entrenamiento constante y cuyos frutos o resultados son palpables prácticamente desde el primer momento, y que llevados con disciplina y esfuerzo invariablemente darán el fruto más elevado de la vida espiritual.

Entremos a la historia.

Siddharta era hijo del rey del Clan de los Shakyas, un clan de guerreros del norte de la India hace unos 2500 años. Como heredero que era, vivía en el palacio y gozaba de todos los placeres que su posición le brindaba. Tenía la educación y entrenamiento propia de un guerrero de su casta, su edad y su posición, y tenía todo tipo de lujos a su disposición.
Poco antes de dejar atrás esta vida, el Buda tuvo incluso un hijo con una de sus esposas.

Pero Siddharta, como entonces se llamaba, no estaba satisfecho con simplemente dejarse llevar con la inercia de la vida que le había tocado.
El tenía una inquietud muy profunda en su corazón: en particular la siguiente pregunta: ¿acaso no hay salida para los seres que los saque de la miseria del nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte?

En sus palabras:

¿“Y si estando yo mismo sometido a nacimiento, vejez, enfermedad, muerte, pena y contaminación, habiendo comprendido el peligro inherente en lo sometido a nacimiento, vejez, enfermedad, muerte, pena y contaminación, persiguiera lo no sometido a nacimiento, vejez, enfermedad, muerte, pena y contaminación?”

Tal vez en el fondo todos los que estamos aquí estamos por la misma razón. Esa razón es que hemos visto también, al igual que el Buda, que la vida no puede ser solamente la vida convencional que hemos conocido. Sabemos o intuimos que hay algo más.

Y cómo llegamos a este momento. ¿Cómo llegamos a iniciar una búsqueda así?

Una experiencia fuerte.

Algunos llegamos a este punto por medio de una experiencia fuerte que nos hace ver la vida desde una perspectiva más sobria, menos embriagada de las distracciones de los placeres y los castillos de arena que construimos a través de la vida.

Accidentes, enfermedades, muertes entran dentro de esta categoría. Momentos impactantes de nuestra vida que nos revelan la naturaleza efímera o impermanente de la existencia, o el sufrimiento presente en el mundo. Terremotos, actos terroristas, etcétera entran también aquí.

Intuitivamente.

Otros tal vez hemos llegado aquí de una manera más intuitiva, sin habernos percatado claramente de cómo llegamos a ese pensamiento, a esta búsqueda.

Por dar continuidad a un propósito antiguo

Otros sentimos que la búsqueda que ahora estamos emprendiendo, o hemos emprendido es en realidad la continuación de una búsqueda que comenzó hace muchos años, de lo cual tal vez en nuestra infancia tuvimos un vislumbre, y aunque tal vez nos extraviamos durante unos años, hemos decidido ver qué había detrás de ese vislumbre, e incluso llevarlo a sus últimas consecuencias.

Por el pensamiento creativo o la belleza.

O tal vez hemos llegado aquí porque nuestra imaginación nos ha revelado que a través del camino del pensamiento creativo se abre ante nosotros un infinito misterio. La poesía, las artes, e incluso la belleza de la naturaleza y la amistad pueden entrar dentro de esta categoría. Hemos vivido momentos de gran inspiración y gran armonía que nos han revelado la posibilidad de morar en planos mentales más elevados que lo normal.

Por estados alterados de consciencia.

Experiencias con drogas o momentos de lucidez extraordinaria alcanzados en un momento climático de la vida.

Inspirados por el Buda.

O tal vez nos ha inspirado la historia del Buda, o la forma del Buda, de sus representaciones: la serenidad que refleja, la sabiduría que inspira.

Combinaciones de esto.

O tal vez combinaciones de todo esto. E incluso hay quien ha llegado a esta búsqueda de maneras muy diferentes: tal vez llegó aquí acompañando a alguien, o simplemente buscando una manera de reducir la tensión de la vida cotidiana.

Pero el hecho es que estamos ya aquí, sentados en este salón, escuchando atentamente una charla que va dirigida, sepámoslo o no, a lo más profundo de nuestras aspiraciones.

“Entonces, monjes, -cuenta el mismo Buda- al cabo de un tiempo, siendo todavía un joven pelinegro, dotado del divino tesoro de la juventud, en la flor de la vida, aún contraviniendo la voluntad de mis padres que lloraban y gemían, me afeité pelo y barba, me puse el hábito anaranjado y di el paso de la vida del hogar a la vida sin hogar”.

La vida es más que lo convencional

Al darnos cuenta de que la vida es más que ganar dinero, ir de compras, tener una carrera, una familia, coche, casa, vacaciones; tal vez los que estamos aquí estamos comenzando a cuestionar nuestra estancia en el palacio...
Es decir, sospechamos que la vida es más que ir de un placer en otro, y evitar el dolor a toda costa.

Hemos decidido dejar el palacio.

Así pues, a nuestra propia manera hemos decidido dejar el palacio, nuestro palacio personal, e ir en búsqueda de aquella verdad que intuimos y que nuestra imaginación nos permite vislumbrar.

¿Y, qué es dejar el palacio?

Por un lado dejar el palacio es dirigir nuestra energía, nuestros esfuerzos, nuestra imaginación a buscar la verdad.
Y por otro lado es dejar atrás algo.

- Tal vez en algún sentido nuestro palacio vez sea físico: un lugar donde vivimos actualmente donde no hay condiciones para realizar esa búsqueda.

- O un palacio en nuestra mente y nuestro corazón: una manera de vivir cómoda y predecible al servicio de perpetuar nuestros hábitos. Una vida de bajo riesgo.

El Buda dejó el palacio y salío a buscar la verdad. A encontrar por sí mismo la verdad de la existencia, a seguir el llamado de su intuición, de su corazón, e incluso de su experiencia.

Al abandonar el Palacio lo primero que hace Siddharta es cambiar sus ropas por las de un mendigo y afeitarse la cabeza y la barba.

“me afeité pelo y barba, me puse el hábito anaranjado y di el paso de la vida del hogar a la vida sin hogar.”

Para nosotros esto puede significar simplificar nuestra vida. Deshacernos del lastre que nos impide ir hacia adelante. Nuestras vidas en el mundo moderno a menudo están llenas de cosas, llenas de actividades, llenas de trabajo. Vamos de una cosa a otra llenando nuestros días minuto a minuto de cosas que nos absorben. Entonces simplificar nuestra vida es examinar honestamente cuáles de esas cosas en realidad no son necesarias. En particular cuáles de esas cosas nos atan y no nos permiten embarcarnos en una vida espiritual con más entrega.

Después de afeitarse la cabeza y la barba, Siddharta se dirige al bosque como primer punto en su búsqueda.

¿Quiere decir esto que tenemos que irnos al bosque?
No necesariamente...
El bosque para nosotros puede significar el misterio. Un bosque, sobre todo un bosque de aquellos tiempos en esos lugares, es un lugar misterioso, donde no hay indicios de la presencia del hombre y la naturaleza crece de manera... natural. Y en un entorno así la imaginación se enciende rápidamente. Si hay alguien aquí que haya estado en el bosque en la noche sabrá lo que quiero decir. En el bosque se termina los predecible, lo controlado por el ser humano, y comienza lo impredecible, lo asombroso, lo que está fuera del control humano. Y más aún, en el bosque está la evidencia de la naturaleza de la realidad: la manera en que todos los seres y todas las formas de vida que se encuentran allí forman una vasta red de condiciones los unos para los otros. En el bosque vemos con claridad la profunda conexión e interdependencia que hay entre todo.

Entrar al bosque también puede significar meternos de lleno a la búsqueda.

Como todas las cosas en la vida, las actividades que hagamos como parte de este camino, como parte de nuestro entrenamiento, para ser efectivas, hay que llevarlas al corazón de nuestra experiencia, al corazón de nuestra mente, al corazón de nuestro corazón.
Si lo hacemos así, escuchar esta charla no será sólo algo interesante que saber, ni simplemente una actividad cultural agradable o tal vez entretenida. Sino una manera de llevar nuestra conciencia a las profundidades de nuestra experiencia humana, y desde allí comenzar a conocernos mejor, comenzar a entrar de lleno en la búsqueda.

Habiendo dejado el palacio, el Buda se va al bosque, y pronto encuentra a quienes serán sus primeros maestros

“Así, habiendo dado el paso para ir tras lo beneficioso, buscando el camino supremo hacia la paz sublime, fui donde estaba Alara Kalama.”

Buscar maestros.

Nosotros también hemos acudido a buscar maestros. A veces han sido libros, a veces han sido personas, e incluso lugares como este, centros dedicados a esta búsqueda. Y en el camino también hemos encontrado algunos maestros, gente que nos ha enseñado algo, pero después hemos comprendido que eso era sólo una etapa en el camino y que había que proseguir y buscar más adentro, adentrarnos más para llegar a las enseñanzas más sutiles, más profundas.

Los primeros maestros del Buda le llevaron a través de prácticas muy avanzadas de meditación, alcanzando lo que se conoce como las esferas de la nada y de la ni percepción ni no percepción.
Pero El Buda, habiendo logrado esos estados de supraconsciencia no se conformó con eso. Es decir, algo en su propia experiencia le decía que por más elevados que estuviesen esos estados mentales, no llevaban al corazón de su búsqueda.

“Estas enseñanzas -dijo el Buda- no conducen al desengaño, al desapasionamiento, a la cesación, al apaciguamiento, al conocimiento superior, a la iluminación, al Nibbana, tan sólo al logro de la esfera de la nada, o a la esfera de la ni percepción ni no percepción”.

No se trata de buscar experiencias.

Esta parte de la historia nos puede llevar a reflexionar sobre la tendencia que muchos tenemos a buscar experiencias.
Tendencia que incluso vemos que surge con respecto a la práctica de la meditación.
Me refiero a que uno de los obstáculos que comúnmente se encuentran los meditadores, e incluso todos aquellos que se han acercado al camino del Dharma es el de creer que el progreso en el camino espiritual se mide en la experiencia de estados elevados de consciencia, principalmente placenteros. O experiencias de supraconsciencia de cualquier nivel.

Frecuentemente decimos o pensamos que una buena meditación es a aquella que ha sido placentera, e incluso gozosa y vibrante.
Y si no experimentamos placer, o gozo pensamos que no tuvimos una buena meditación. Es decir, evaluamos la eficacia de la meditación en el grado de placer que nos pueda traer, o en la medida que tengamos experiencias inusuales.
Pero eso en realidad nos regresa al palacio. Al palacio que supuestamente dejamos atrás, pero que ahora seguimos buscando ya no en estímulos externos a nosotros, sino en estímulos provenientes de nuestra propia mente.

El propósito de la meditación y la práctica

Exploremos un poco más este asunto de la meditación. Si el fin de la meditación no es llevarnos a ciertas experiencias, experiencias agradables, placenteras, entonces para qué sirve...?
La meditación en realidad no es un fin en sí, sino sólo un medio, una condición, muy importante por cierto, que nos permite incrementar la consciencia de nosotros mismos, de manera que podamos vernos en todo momento, cada vez de manera más profunda.

La meditación nos sirve para llevar luz a nuestra experiencia
Pasarnos una sesión de meditación dándonos cuenta que estamos distraídos, y volviendo a nuestro objeto de atención es en sí una buena práctica de meditación. Darnos cuenta es la práctica.
Trabajar con nuestros estados mentales es la práctica.
Lo que queremos, o sea el propósito, es desarrollar la capacidad de darnos cuenta de lo que está pasando por nuestra mente en todo momento, darnos cuenta de nuestras emociones, de nuestras sensaciones, de nuestras percepciones, sin darles más energía de la que traen al manifestarse.

Y con esta práctica gradualmente llevamos la luz de la consciencia a cada rincón de nuestra mente, conciente, inconciente e incluso subconsciente. Y es este entrenamiento, esta práctica, que al hacerse con regularidad, nos va llevando a conocer el fondo y el trasfondo de nuestras motivaciones, de nuestras emociones, de nuestros puntos de vista. Y es así como podemos incidir en ellos y sembrar motivaciones hábiles, motivaciones y enfoques correctos que nos permitan vivir la vida en armonía con la naturaleza misma de la realidad.

Dicho de otra manera, lo que queremos es cultivar nuestra mente, y cultivar nuestro cuerpo, pues aunque los hemos usado mucho a través de nuestra vida, no lo hemos cultivado, en el sentido que el Buda nos dice:

“ Cómo es el que tiene la mente y el cuerpo sin cultivar? -dice el Buda- He aquí que en un hombre común, con la mente sin instruir surge una sensación de placer. Al toparse con esa sensación de placer se aficiona y se hace adicto. La sensación de placer cesa. Al cesar la sensación de placer surge una sensación de dolor. Al toparse con esa sensación de dolor se apena, se aflige, se lamenta, se golpea el pecho sollozando y se abruma. Cuando surge la sensación de placer se establece, apoderándose de la mente porque la mente está sin cultivar. Quienquiera que de estas dos maneras tenga sensaciones de placer o dolor, que, cuando surgen se establecen, apoderándose de la m ente, tiene el cuerpo y la mente sin cultivar.”

Resumiendo un poco lo que hemos visto de la historia:

El Buda, siendo un ser humano como nosotros, guiado por una inquietud en parte intuitiva, decidió dejar el Palacio donde vivía, y salió al bosque a vivir la vida errante, buscando la verdad. Allí se encontró con sus primeros maestros. Estos maestros, al ver que el Buda dominaba con tanta habilidad las prácticas de meditación elevadas que ellos consideraban el pináculo de la vida espiritual, le propusieron que se volviera maestro de sus propios discípulos. Pero el Siddharta dijo, “no gracias...”

Siddharta no cayó en la tentación de volverse maestro. El Buda ante todo buscaba llegar a una comprensión directa de la naturaleza misma de la realidad por lo que conformarse con elevadas experiencias de meditación no era su fin. Y menos dedicarse a enseñarlas.

En esta parte de la historia podemos reflexionar sobre una tendencia en la que es fácil caer.
Algunos de nosotros, sobre todos aquellos que somos maestros o profesores de profesión, o si no de profesión al menos tenemos fuertes tendencias a decirles a los otros qué hacer, podemos caer en volvernos maestros prematuramente.

No quiero decir con esto que uno no deba compartir con amigos o familiares las experiencias que está teniendo, o compartir su inspiración con ellos.
Tampoco me refiero a momentos en los que alguien nos pide ayuda, o consejo y entonces podemos, puntualmente, decir lo que vemos.

Me refiero más bien a aquellas veces en que en base a unas cuantas experiencias positivas, por profundas que hayan sido, dejamos de ponernos en el foco de nuestro trabajo, y colocamos a otros en el foco de nuestras observaciones.

La atención consciente, así como el desarrollo de emociones positivas que vamos desarrollando con la meditación nos permiten a veces ver también más claramente a otras personas: sus acciones hábiles y sus acciones torpes.

Y una de las tentaciones más suculentas que se nos atraviesan en la vida espiritual, sobre todo al inicio, es convertirse en maestros, guías, asesores, o incluso jueces de los estados mentales o emocionales de los otros, casi siempre sin pedirles permiso.

Y creemos que con esto estamos ayudando a otros seres.
Cuando lo que estamos haciendo es dejar de trabajar con nosotros mismos y entregándonos a la distracción de encontrar los errores en otros y decirles cómo arreglarlos.

El Buda, pues, no cayó en esta tentación... dejó a estos maestros.

Después de dejar a sus primeros maestros, Siddharta siguió su camino y en algún momento encontró a un grupo de ascetas que estaban entregados a las prácticas más extremas de la automortificación. Y pensó que tal vez por allí era el camino.

Pero entonces se fue al otro extremo. El extremo del ascetismo más radical, sometiéndose a calor extremo o frío extremo, dejando de respirar por períodos largos, e incluso dejando casi de comer, llegando al grado de comer un grano de arroz al día. Pero con el tiempo se dio cuenta que la cosa tampoco iba por allí.

¿Y este pasaje cómo puede relacionarse con nosotros?

Tal vez podemos reflexionar un poco sobre aquel rincón oscuro que tenemos muchos, en el cual nos fustigamos fuertemente cuando no somos lo que queremos.

Ese acto de fustigarse cuando nos sentimos tontos. Cuando sentimos que nos hemos fallado a nosotros mismos.

Cuando pensamos que no somos buenos estudiantes, o no somos buenos hijos, o buenos, padres. O no somos tan inteligentes como creíamos. No somos tan creativos como creíamos, no somos tan compasivos como creíamos, ni tan generosos como creíamos. No somos tan buenos meditadores...

En resumen, no somos perfectos. Y no nos permitimos fallar.

Entonces nos fustigamos por ello, nos atormentamos.

Automortificarse viene en varios sabores: depresión, tristeza, tenerse lástima, falta de ánimo, rabia contra uno mismo, incapacidad de ser creativos: nos la pasamos recordando una y otra vez un pasaje que nos duele y nos decimos con gran enfado y reproche: “cómo pude hacer esto” o “si tan sólo hubiera hecho aquello otro”

Una de las expresiones más perversas es cuando nos odiamos por odiar. Nos descubrimos odiando a alguien, al nivel de intensidad que sea, sutil o burdo, y al descubrirnos con las manos en la masa nos sentimos humillados a tal grado por nuestras propias acciones o pensamientos o palabras, que no dudamos en ponernos el cilicio o azotarnos con el látigo de nuestro autodesprecio, o autolástima.

Los frutos de la meditación nos pueden ayudar a detectarlo pronto: una vocecita interna que nos dice: tonto, estúpido, metiste la pata, cómo te atreviste, cómo es posible que tú seas así, etc., etc.
O simplemente empezamos a negarnos el placer natural de la vida y a buscar un poco de dolor, o a causarnos mucho dolor, creando un entorno doloroso ( y a veces en el camino haciéndoles la vida difícil a otras personas).

Claro que no es el tipo de automortificación al que se refiere la historia de Siddharta. Pero el principio que está detrás no es muy diferente: pensamos que hay un yo esencial, fijo, y no lo queremos. No queremos ese yo que mete la pata y lo rechazamos con violencia.
Lo que podemos hacer para salir de uno de esos ataque es simplemente reconocer que no somos perfectos. Y que para ser queribles y amables no es necesario hacer absolutamente nada. Darnos cuenta que en la medida que finquemos nuestro amor propio en el éxito de nuestras acciones estamos condenados a la autmortificación. Pues nuestras acciones a veces no salen bien, por muchas razones...

El amor propio más saludable es aquel que es incondicional. Es igual que el amor más saludable hacia otras personas: las queremos no por lo que hacen, no por lo que dicen ni por sus cualidades, virtudes o talentos. Los queremos porque son seres vivos como nosotros. Seres humanos que al igual que nosotros quieren ser felices y no quieren sufrir.

El amor incondicional es lo que nos saca de la automortificación.

¿Cómo salió el Buda de estos años de automortificación? Se dio cuenta que no le llevaban a ningún lado. Que no estaba más cerca de la realización espiritual, y que lo único que había era mucha aflicción.

“No he llegado a través de estos dolores a ningún estado sobrehumano ni a ningún conocimiento y visión propios de los nobles, ¿no habrá otro camino hacia la iluminación.

“No tenéis que entregaros al placer de los sentidos porque es inferior, vulgar, común, innoble e inútil. Tampoco tenéis the entregaros a la práctica de la mortificación personal porque es dolorosa, innoble e inútil. Evitando ambos extremos, el Camino Medio perfectamente realizadopor el Tathagata hace ver y conocer, conduce al apaciguamiento, al conocimiento superior, al despertar perfecto, al Nibbana”.

“Entonces recordé: un día cuando mi padre, del clan de los Sakyas, estaba trabajando, yo me encontraba sentado tomando la fresca a la sombra de un árbol. Allí, apartado de los deseos de los sentidos, apartado de lo que es perjudicial, alcancé y permanecí en la primera abstracción meditativa, en la que hay gozo y felicidad nacidos del apartamiento y va acompañada de ideación y reflexión. ¿No podría ser ese el camino hacia la Iluminación?”

“Y a la luz de aquel recuerdo comprendí: ese es el camino hacia la Iluminación”
“¿Por que temer a una felicidad que no tiene nada que ver con los placeres de los sentidos ni con lo que es perjudicial?”

Así el Buda encontró el camino medio. Aquel que no está en los extremos de entregarse al placer o al dolor,

Para nosotros eso significa también buscar el camino medio. Observar cuando estamos yéndonos al extremo de la búsqueda del placer, y cuando nos estamos yendo al extremo de la automortificación.

Disfrutar las cosas disfrutables de la vida es parte de la experiencia de vivir. Hay muchas actividades o cosas de la vida que nos traen placer. Experimentar ese placer es natural.

Dedicarnos a buscar una experiencia placentera tras otra es otra cosa. Es entregarnos en cuerpo y mente a perseguir el placer.

...O persiguiendo el dolor

Llevar una vida simple, sí, pero observar la motivación detrás de esta simplicidad, de esta sencillez. Estar alerta a los impulsos de flagelación contra nosotros mismos que surgen en dependencia de creer que nos hemos fallado a nosotros mismos.

Estar alerta a aquellas acciones que van dirigidas hacia hacernos la vida más difícil, más dolorosa.

Siddharta prosiguió su camino...

“Prosiguiendo la búsqueda de lo beneficioso, -dice el Buda- buscador del camino supremo hacia la paz sublime, fui caminando por Maghada hasta que llegué a Senanigama, cerca de uruvelá. Allí vi un paraje encantador, una preciosa arboleda a la bella vera de un río de aguas cristalinas, y no muy lejos, una aldea para recolectar comida. Entonces pensé ‘encantador es este paraje, preciosa la arboleda, bella la ribera, el agua del río esta limpia y cerca hay una aldea para proveerme de comida. En verdad que el lugar es idóneo para el esfuerzo de un hijo de familia decidido a esforzarse” De manera que allí me senté pensando “en verdad que el lugar es idóneo para el esfuerzo”.

Me llama mucho la atención de este pasaje el énfasis que el Buda hace en lo bello y lo precioso. Y en reconocerlo como un lugar idóneo para su práctica.

Para nosotros esto puede significar lo importante que es rodearse de las condiciones necesarias para que nuestra práctica sea efectiva. Y el aspecto de la belleza es esencial para ello. Tener contacto con la naturaleza, con los aspectos bellos de la naturaleza. También está la belleza creada por el ser humano, como la de las bellas artes.
Pero no sólo este tipo de belleza. También está la belleza de una amistad basada en ideales elevados, la belleza de un habla veraz, agradable, útil y armoniosa, la belleza de la generosidad, la belleza de una rupa, la belleza de un ritual, de una vela, de la fragancia de un incienso. La belleza de una puya. Os habéis dado cuenta cuánto énfasis ponen las puyas en la belleza: “Con mandarva, lotos azules y jazmines, con flores bellas y fragantes, y con guirnaldas trenzadas diestramente....”

El Buda se sentó bajo un lugar específico a realizar el esfuerzo meditativo y de visión clara que lo llevó a la Iluminación. Se sentó bajó un árbol que le ofrecía comodidad y seguridad conocido como el árbol Bodhi.

Y en nuestro caso… cuál es nuestro árbol del despertar, nuestro árbol Bodhi. Un lugar rodeado de belleza donde podamos realizar nuestra práctica…

Para mí que esto lo podemos leer de dos maneras: un lugar físico, y un lugar en nuestro corazón.

Como lugar en nuestro corazón, el árbol Bodhi puede significar acogernos a las enseñanzas que nos protegen de nosotros mismos, de los hábitos torpes de la mente. Enseñanzas bellas en sí, como la meditación y los preceptos o la práctica de las seis perfecciones. Acogernos debajo del árbol de la iluminación. O como se dice tradicionalmente: ir a Refugio. Ir a Refugio al Dharma.

Como lugar físico, puede ser un lugar en nuestra casa donde meditar, donde tener un pequeño altar. Me sorprende ver cuánta gente que quiere tomar en serio la meditación no tiene un espacio adecuado para hacerlo, siendo que es una parte muy importante de las condiciones. Por otro lado, nuestro árbol Bodhi puede ser también este centro budista de Valencia puede ser nuestro árbol Bodhi.

Aquí tenemos un lugar seguro donde practicar, donde podemos estar a salvo no sólo del ruido de la ciudad (o de casi todo el ruido de la ciudad), sino del ruido y de la influencia de los estados mentales negativos.

Este es un lugar dedicado a la búsqueda y por lo tanto es un lugar sagrado, un lugar protegido. Protegido por la práctica espiritual de aquellos que en él trabajan. Protegido por la atención consciente que se busca desarrollar aquí, protegido por la práctica de metta o amor incondicional que aquí se desarrolla, protegido por un espíritu de generosidad y de búsqueda. Embellecido por estas cualidades, por este espíritu.

Pero más allá de Centro Budista de Valencia y de las personas que le dan vida, está, un contexto más grande, en nuestro caso, el contexto que le da fondo a este Centro Budista, los Amigos de la Orden Budista Occidental, y la Orden Budista Occidental.

El Buda entonces se sentó debajo de un árbol, el árbol Bodhi, o árbol de la iluminación, y se entregó a la meditación y al desarrollo de lo que ahora conocemos como visión clara.
Se sentó a meditar con el propósito de no levantarse de allí hasta que se iluminara.

Lo que está detrás de esto es la determinación. Una determinación férrea de no cesar de buscar. De no detenerse hasta encontrar la verdad, hasta que por experiencia propia uno llegue a ver por sí mismo la realidad como es, liberándose así del sufrimiento, entrando a la dimensión de la creatividad infinita.

“Dos cosas, monjes, llegué a saber bien- dice el Buda-: no estar contento de los estados buenos de la mente que se hayan obtenido, y ser infatigable en la lucha por la meta. Así pues, luché infatigablemente y tomé la resolución: aunque nada más queden la piel, los tendones y los huesos, !Aunque se sequen la carne y la sangre del cuerpo, no cejaré en el empeño hasta que no se haya obtenido lo que se puede lograr con fortaleza férrea, energía férrea, esfuerzo férreo.

Resumiendo lo que hemos visto

1. El Buda era un hombre/ Nosotros también somos seres humanos
2. Con su propio esfuerzo y por sí mismo llegó a la iluminación/ Igual nosotros
3. Acudió al llamado de su intuición y experiencia/ Acudir a nuestro llamado
4. Dejó el Palacio/ Dejar atrás un lugar, o una manera de ser o ver la vida o hábitos
5. Se afeitó la barba y la cabeza/ Cambiar nuestros hábitos y simplificar la vida
6. Se fue al Bosque/Abrirnos al misterio de la vida, a lo impredecible
7. Encontró a sus primeros maestros/ Encontrar maestros
8. No se contentó con experiencias elevadas/ No dejarse llevar por la búsqueda de experiencias
9. El propósito de la meditación y la práctica
10. No cedió a la tentación de ser maestro prematuramente/ Dejar de vernos por decirles a otros qué hacer
11. Se fue con los ascetas extremistas/ irnos a los extremos
12. La automortificación no conduce a la iluminación/ Cómo nos fustigamos
13. Recordó la escena de la infancia con serenidad y paz/Recordar mejores estados mentales
14. Dejó la automortificación y encontró un camino medio/ Estar alertas a los extremos
15. Encontró un paraje idóneo donde esforzarse/ El lugar idóneo, la belleza, nuestro árbol Bodhi
16. Se sentó bajo un árbol con determinación/ La determinación en nosotros

Pero la historia no termina allí. El fruto de la determinación férrea de Siddharta lo llevó a convertirse el Buda, el que ha despertado.

“Esforzándome con diligencia -dice el Buda- he logrado la Iluminación; con el esfuerzo me he puesto a salvo de forma inmejorable de la carga samsárica“

Quizás nosotros no hemos logrado la Iluminación aún, pero ciertamente podemos reflexionar en los progresos que hemos logrado con nuestra práctica. Cualquiera que sea el nivel en el que nos encontremos. Reflexionar sobre los resultados de nuestras acciones positivas, el efecto de la meditación en nosotros, en nuestras vidas. Podemos entrar en contacto con los frutos de nuestra práctica y reconocer el efecto del Dharma en nosotros y comprobar que nuestras acciones tienen consecuencias, y reforzar así nuestras ganas de seguir en el camino, en el camino de llevar gradualmente nuestra vida a un estado de armonía con la naturaleza de la realidad.

Y cuál es esa naturaleza de la realidad. Todo es impermanente, insustancial y por lo tanto insatisfactorio.

Al alinear nuestra vida con esta verdad comenzaremos a convertirnos en un río de aguas cristalinas en el que reconoceremos que no hay nada fijo en esta vida: todo cambia constantemente, todo es en sí un constante proceso de cambio; nada en sí tiene una sustancia esencial, sino que se encuentra en constante transición. Y por lo tanto no podemos fincar nuestra seguridad en nada, pues está sujeto a cambiar, a decaer, a desaparecer.

¿Recordáis las palabras de Siddharta a antes de salir del Palacio?

¿“Y si estando yo mismo sometido a nacimiento, vejez, enfermedad, muerte, pena y contaminación, habiendo comprendido el peligro inherente en lo sometido a nacimiento, vejez, enfermedad, muerte, pena y contaminación, persiguiera lo no sometido a nacimiento, vejez, enfermedad, muerte, pena y contaminación?