Los Elegidos
Muchos granos han de pasar por la piedra de moler, después de pasar por la malla de la criba. Las espigas más fecundas serán guardadas y conservadas, para luego mejorar la nueva sementera. Así, cosecha tras cosecha, el buen agricultor amplía la calidad del cereal que siembra. Valga el símil para el tiempo en que estamos, cuando la economía divina, siempre creativa y armónica, tiene la selección ya hecha y preparada para ser la semilla que ha de fructificar en la nueva tierra.
A los que han sido designados, llamémosles “Elegidos” si queréis. Tened por seguro que se cumplirá lo que dijo la promesa respecto de su herencia, porque han sabido realizar los valores necesarios para alcanzar la meta señalada.
Se ha hablado y escrito sobre la nueva Galilea, la llamada “Galilea de los Gentiles”, compuesta por “el pueblo que no es el pueblo” de Jesús. De ahí saldrá el núcleo mayor del conjunto del pueblo elegido. Casi todos latinos: españoles, italianos, sudamericanos... De esa gente bendecida por Dios vendrá la renovación del mundo. “Más allá del río Jordán y del mar” están los espíritus que han permanecido en el mundo por voluntad del Profundo y Eterno Padre. Los que han sido y son la iluminación, que es levadura, y la palabra, que es sal; los que han sufrido todo tipo de persecuciones por haber amado y seguido al Hijo de Dios. Ahora, todos están despiertos y disponibles. Pronto serán testigos de la bajada de la “Jerusalén Celeste”, de la que serán pasajeros en rumbo hacia el Amor, que aquí han prodigado y les ha sido negado.
Juan ha vuelto a estar, de nuevo, con los hombres, y en la envoltura de Eugenio Siragusa, su trabajo ha consistido, otra vez, en hacer de profeta, como escrito está en su Apocalipsis, y en despertar a los 144.000 Elegidos entre los moradores del planeta, para ser salvados en el momento preciso. Son los componentes de la tribu del Águila, de estirpe extraterrestre, fundamentalmente diferentes y no pertenecientes a esta dimensión, en la cual operan por su ofrecimiento voluntario, en misión de amor y ayuda. Se han convertido ya en conscientes, tras ser llamados e instruidos por Aquellos que Son, y representan los poderes del Padre Profundo. Están viviendo en medio de los hombres y entre ellos están los doce Apóstoles. A los impíos no les será fácil reconocerlos, pero ellos están ya iluminados por la divina sabiduría, con la que pronto promoverán el incendio de Amor renovador que hará cambiar el mundo. El Consolador prometido por Cristo, hace tiempo ya que vino y ha dado su testimonio, poniendo de relieve los pecados de este mundo, la justicia que habría de llegar y el juicio que tendría que celebrarse. Por su intervención, muchos espíritus han despertado a la luz de la Verdad. Ahora ya saben por qué están en esta tierra y que el regreso de Jesús, el Hijo del Hombre, está muy cercano. Gracias a los Hijos de la Llama, aquellos señalados por la voluntad divina, han sido preservados y tutelados, para que ningún ataque de los partidarios del Maligno, ni ninguna adversidad, pudiera turbar o impedir dicho despertar. Ellos han sabido ser cautos y prudentes, en una época infecunda llena de asechanzas graves y de diabólicas insidias. Ellos han conseguido tener una alerta activa, que les ha permitido alejar las embestidas de las fuerzas negativas, y han conseguido vencer las tentaciones sutiles de aquellos que, estando apagados en el espíritu, lucen demasiado en la materia.
Dentro de poco, todo estará ya consumado. El Maestro les dijo: “Yo no soy de este mundo y vosotros tampoco lo sois”. Dijo también que Jesús volvería, y ahora vuelve para contemplar cómo se aman los unos a los otros como Él les enseñó, y para llevarles al lugar que Cristo dijo iba a preparar para ellos. En este tiempo, la santa unión y la fraternidad los ha ceñido y el sol del amor brilla en sus corazones. Ya están dispuestos para edificar el paraíso, y las rosas de la paz habrán de florecer en todos los rincones de la nueva Tierra.
El Maestro también dijo y luego fue escrito: “El mundo los ha odiado, porque no son del mundo. No te ruego que los quites del mundo, sino que los preserves del mal... Santifícalos por Tu Verdad”.
Aquellos que se han santificado en la Verdad Divina saben hoy muy bien lo difícil que es obtener la comprensión en este mundo. Han sabido hasta la saciedad el sufrimiento que se obtiene cuando se da amor a los que alimentan odio. Conocen, dolorosamente, los azotes sin misericordia de la persecución y la burla malignas. Sin embargo, como saben el porqué, su gozo es grande y, aunque los ojos de los impíos se han posado en ellos sin piedad ni afecto, de sus corazones ha emergido, en cada instante, la esperanza indestructible de que, un día u otro, el frío resentimiento del hermano errado, podrá cambiarse por un dulce y cálido deseo de amor fraternal. ¡Sí, así son los Elegidos! Ellos son los que habrán conseguido hacer prevalecer la Verdad que destruirá para siempre las cadenas del Maligno, y su bendita libertad estará radiante de alegría y fructífera en obras, para gozo del Padre Creador. El fulgor de la Tierra se unirá al del Cielo, en un abrazo sublime con la Luz del Cosmos, llama inextinguible del Eterno y Divino Amor.
La comunidad de Espíritus Elegidos, los doce millares de las doce tribus, ya está vivificada y operante en todo aquello que produce el Bien sin interés alguno. Han sabido estar unidos por la misma llama, y ser niños en el corazón y humildes en el Alma. Ahora pueden ser prudentes en toda circunstancia y tienen íntegra la capacidad del buen discernimiento. Conociendo el vacío, han aprehendido la Luz. Sabiendo del odio, han elegido el Amor. Solícitos, han sembrado en el corazón de los hombres y han hecho fecundar la luz de la verdad, sin olvidar la prudencia, que les ha hecho ser puros como las palomas, pero astutos como las serpientes. El Mal les ha puesto mil trampas y su red ha estado siempre al acecho, pero ellos han conservado celosamente lo que habían heredado de Aquél que les amó y les ama. Ya no dudan en distinguir el árbol de los frutos buenos, del árbol de los frutos malos, y aunque saben que los odian y calumnian, su corazón no se entristece, porque tienen la certeza de que son los hijos del Altísimo.
Ellos saben hoy que el mundo será sacudido como un barril en el centro de un remolino, y que los cuatro elementos que los Zigos gobiernan mostrarán su rebeldía en un terrible agitar de fuerzas poderosas. Pero, están preparados para ser espectadores de ese gran momento purificador, que ellos vislumbran muy cercano. Y sus sueños están llenos de esperanza, una esperanza viva, insuperable, porque son conscientes de lo que han de hacer y de la misión que tienen. Mucho han llorado viendo un planeta tan hermoso, destruido en manos de egoístas, pero, después del gran viaje, volverán. Sí, un día volverán, y su colectivo amor fraterno será un continuo triunfo de la vida sobre la muerte, de la luz sobre las sombras. Será siempre como una eterna aurora. No sirve de nada lamentarse ahora: si el hombre hubiera querido habría podido evitar el terrible desenlace en el que se verá envuelto en breve. Cristo le trajo el Amor y el ejemplo. De haber puesto en práctica la enseñanza dada por Él, habría escogido el camino de la hermandad entre los pueblos. Con dos mil años transcurridos, podía haber comprendido y asimilado la absoluta importancia del mensaje crístico. Pero, este ser humano, ciego, sordo y engreído, no ha querido entender, y de esta manera ha desembocado en una situación totalmente distinta a la que un comportamiento positivo le hubiera conducido.
A pesar de tantas advertencias, de tantos avisos proféticos, de tantas trompetas angélicas, esta Humanidad de hoy ha llegado al punto de ser capaz de destruir el lugar que habita, su propio mundo. Ha contaminado el aire, el agua, el suelo, y ha roto el equilibrio planetario de tal manera, que ahora debe enfrentarse a terribles trastornos de índole apocalíptica, en los cuales fenecerá. Solamente un conjunto de seres humanos, pequeño en comparación con la masa total, podrá salvarse, al haber realizado un desarrollo espiritual suficiente para subir un peldaño en la escala del divino Valor Evolutivo Superior. Esos son los Elegidos. Mientras ellos serán elevados en el aire, el fuego actuará como elemento purificador y bajará sobre la Tierra. Una vez ésta purificada, volverán de nuevo y continuarán su vida con un renovado espíritu, con una nueva sabiduría, una nueva comprensión, en comunión con Cristo y con el Profundo Padre Creador.
Ha sido dicho que serán puestas en movimiento las titánicas fuerzas del aire, del agua, del fuego y de la tierra. Ha sido dicho también que el Juicio sería pleno de severidad, y que toda cosa viviente sería purificada sobre la faz de la Tierra. Ya ha llegado, pues, el tiempo en que todo ello será realizado, y dura será la sentencia para todos aquellos que han preferido permanecer sordos y ciegos a la llamada del Amor Supremo. Toda cosa, repito, será sacudida y cambiada en este mundo decadente. Resurgirá esplendorosa la aurora de la paz y radiante la luz de la Justicia Divina, alegrando así los corazones de todos los que han sabido responder al celestial reclamo. Sus espíritus serán ceñidos de sabiduría y cordura, y gozarán de una felicidad como nunca antes existió en la Tierra.
El consuelo para los otros, que no han aprendido la lección, es que, aunque se habló mucho de “perdición eterna”, nada de lo que fue creado puede perderse. La única pérdida será para todos ellos, en esta ocasión, el no poder alcanzar el nivel que los Elegidos van a conseguir. Dentro de la tristeza que produce el contemplar su fracaso, es posible darles un mensaje de esperanza: “Están perdidos para la Tierra, pero no estarán perdidos para Dios”. Éste es el verdadero sentido del Amor y misericordia divinos.
JOSÉ GARCÍA ÁLVAREZ
MISIÓN RAMA PULPÍ
ESPAÑA