domingo, 12 de mayo de 2013
el cerebro del mal: la neurociencia explica los comportamientos criminales, ¿pero los justifica?
La línea de la responsabilidad sobre los propios actos interesa tanto a los neurólogos como a los abogados responsables de ejecutar sentencias contra personas que, muchas veces, no pueden responder por su propio comportamiento.
En 1848 un tranquilo trabajador de ferrocarriles sufrió un extraño cambio de personalidad luego de que parte de una viga de hierro se le incrustara en la parte superior de la cabeza y saliera por un costado de la boca. Phineas Gage de 25 años no sufrió daños en la movilidad del cuerpo, y hasta entonces había sido tranquilo y reservado, pero desde que un médico le extrajo el pedazo de hierro su comportamiento se volvió agresivo y volátil, y su lenguaje cambio de amable a maldiciente. Este caso es el primero que registra la medicina moderna sobre la relación entre el cerebro y la conducta abiertamente criminal, un asunto que nada tiene que ver con la ciencia ficción, y es de interés no solamente para la neurociencia sino también para las leyes, en la medida en que necesitan saber hasta qué punto una persona mentalmente trastornada es incapaz de diferenciar el bien del mal.
Tomemos el caso de Charles Whitman, tristemente célebre por haber asesinado a su esposa y a su madre, y posteriormente a 17 personas y herido a otras 32 en un tiroteo desde la torre del reloj en la Universidad de Texas, en 1966 (en la imagen). Antes de ser asesinado por la policía, Whitman dejó una nota que decía lo siguiente:
Realmente no me entiendo a mí mismo estos días. Se supone que soy un joven promedio, razonable e inteligente. Sin embargo, últimamente (no puedo recordar cuándo empezó) he sido víctima de muchos pensamientos inusuales e irracionales… Por favor paguen mis deudas [y] donen el resto anónimamente a una institución de salud mental. Tal vez la investigación pueda prevenir futuras tragedias de este tipo.
Whitman probablemente intuyó una veta de la investigación forense que continúa hasta nuestros días: con autorización de su familia, los científicos llevaron a cabo una autopsia; en su cerebro se encontraron tanto un tumor como una malformación vascular presionando su amígdala, una pequeña y primitiva región que controla las emociones. Por primera vez la ciencia moderna tenía un caso sustancioso para relacionar la fisiología con el comportamiento criminal, pero pasaron muchos años hasta que la tecnología pudiera avanzar en el conocimiento biológico, por así llamarlo, de la maldad.
¿Cerebro pedófilo?
En el 2003 se publicó un caso en la revista Archives of Neurology sobre un maestro de escuela de Virginia que desarrolló de la noche a la mañana un interés excesivo en la pornografía infantil, al grado de acosar sexualmente a su hijastra. Su esposa lo denunció pero el comportamiento del hombre no cambió, haciendo avances sexuales a los miembros del staff, por lo que fue sentenciado a prisión. Un día después fue internado en una sala de emergencias debido a un fuerte dolor de cabeza y otros síntomas. Los doctores aplicaron resonancia electromagnética y descubrieron un tumor del tamaño de un huevo en la corteza orbitofrontal, la zona que procesa la toma de decisiones. El tumor fue removido y el comportamiento pedófilo desapareció. Sin embargo, un año después el tumor reapareció, y con él su violenta necesidad.
Stephen J. Morse, psiquiatra y especialista en leyes de la Universidad de Pennsylvania no cree que exista una zona del cerebro asociada necesariamente con la pedofilia; sin embargo, “el daño en la región orbitofrontal se asocia con la deshinibición. Sabemos que varias formas de lesión cerebral pueden provocar dificultades para guiarse por la razón.”
En el reciente y sonado caso de los hermanos Tsarnaev, los presuntos responsables de los bombardeos del maratón de Boston, se sospechaba que el hermano mayor, Tamerlan, pudo haber tenido daño cerebral debido a sus años como boxeador. Sin embargo, las lesiones a las que la neurociencia suele referirse como “criminales” tienen que ver con el comportamiento impulsivo y volátil, y en el caso de los Tsarnaev se trató (según el reporte oficial) de un ataque programado desde hacía meses con toda premeditación –incluso se encontró que el ataque estaba planeado para el 4 de julio, pero decidieron adelantarlo debido a la mortal eficiencia de los preparativos.
Genes de la maldad
Otros estudios han relacionado los brotes de violencia con las enzimas conocidas como monoamina oxidasa (MAO) y sus funciones para controlar el comportamiento humano. Los bebés que nacen con deficiencias en el gen relacionado con las MAO (conocido popularmente como “gen del guerrero”) parecen tener hasta nueve veces mayores probabilidades de comportarse de manera antisocial al crecer. Sin embargo, el comportamiento está sólo en parte regulado por la fisiología: el entorno de crecimiento y los valores con los que una persona aprende a tomar decisiones también deberían entrar en juego.
La pregunta es, ¿puede una persona mentalmente inestable ser juzgada legalmente por sus actos? Por un lado, las anomalías cerebrales y las mutaciones genéticas podrían explicar el comportamiento criminal, pero es mucho más probable que niños con deficiencias en las MAO que se expongan a entornos violentos o traumas infantiles tengan una vida criminal, con antecedentes genéticos o no. Para los científicos y eruditos legales, se trata de un callejón sin salida: ¿qué fue primero, el daño cerebral o el impulso disparador de drogas, alcohol y malas relaciones interpersonales con su entorno?
Morse no cree que el diagnóstico médico deba ser excusa o atenuante en la responsabilidad legal: “Lo llamo el error fundamental psicolegal. La creencia de que si descubres la causa has mitigado o excusado la responsabilidad. Si tienes a un ladrón de bancos que puede probar que comete crímenes sólo en un estado hipomaníaco, eso no significa que merezca perdón ni mitigación.”
Sin embargo, el neurocientífico de la Universidad de Madison-Winsconsin, Michael Koenigs, tiene otro punto de vista: “He sido parte de un proyecto del Departamento de Justicia para ayudar a los jueces a imputar responsabilidades. El sistema legal actualmente está enfocándose erróneamente, confiando en si los criminales pueden diferenciar lo correcto de lo incorrecto. Tal vez puedan hacerlo, pero el tipo de cosas que harían que otras personas se detuvieran [antes de actuar] algunos de ellos simplemente no lo registran.”
¿Debería ser una rutina normal el que cada convicto fuera escaneado con resonancia electromagnética para saber si podría cometer otros crímenes al salir bajo libertad condicional o si su sentencia puede ser reducida debido a sus genes? ¿Los niños con deficiencias en las MAO deberían ser vigilados para asegurarse de que crezcan en entornos que no disparen la violencia irracional? El mejor entendimiento del cerebro solamente abre más preguntas para el debate, pues habría que preguntarnos también si el mal es algo inherentemente incontrolable o si existe en cada cerebro un momento, apenas un instante de reflexión antes de cometer el más brutal de los crímenes, en el cual podemos negarnos –es decir, controlarnos y hacernos responsables de nosotros mismos.
[TIME]
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