La ficción del Ser y lo Absoluto
Autor: Pedro Donaire
En un artículo anterior, titulado "La engañosa existencia del ser", propuse la idea de que la noción de "Ser" no tiene existencia real; en mi propuesta expliqué que el 'ser' se trataba simplemente de una mera función de atribución nominativa del lenguaje.
Cuando decimos que una cosa "es", para el lenguaje es sólo una etiqueta que denomina una forma o composición determinada que, previamente hemos convenido en llamar así, permitiendo con ello su rápida identificación por diferencia comparativa o contraste con otras cosas.
Aunque antes de seguir recomiendo leer mi anterior artículo para mejor situarse, también deseo aclarar que el objeto del presente artículo es demostrar que no sólo la noción de "Ser" es ficticia, sino que su influencia en nuestra interpretación del mundo ha determinado la idea de lo 'absoluto'.
Resulta obvio que, el lenguaje requiere para su uso de una denominación clara (nombre), ya se trate de una categoría, un concepto o un simple objeto; pero además, posee unas importantes características que atribuye de manera subyacente al objeto que nombra, a saber, la atemporalidad y la deslocalización. Esto significa que, una 'mesa' será una mesa en Madrid, en New York o en cualquier parte, independientemente del término idiomático con que se nombre, y también lo será con independencia de la época a la que hagamos referencia, ya que se aplicará a cualquier objeto que cumpla la función lógica encomendada.
Observamos entonces, que el lenguaje atribuye a los objetos un nombre (ser) con propiedades específicas de atemporalidad y deslocalización que elevan al objeto más allá de la mera referencia real, convirtiéndolo en un objeto lógico cognitivo. Este mecanismo sucede, a su vez, con las demás cosas nombradas, que pueden ser ideas, conceptos y metaconceptos. Por ejemplo, cuando hablamos de nosotros mismos, de nuestro "ser", estamos atribuyéndole una existencia no justificada de forma material, pero si repetidamente transmitida de forma lógica por la cultura hasta la saciedad. Ya una canción famosa de los años 1980, de Alaska y Dinarama, repetía insistentemente en su estribillo: "[...] Yo soy así, y así seguiré, nunca cambiaré..." Esto nos permite entender hasta que punto asignamos estas propiedades del 'ser' al conjunto de nuestra conducta y personalidad. De hecho, socialmente se refuerza positivamente a las personas que 'no cambian', nos produce confianza su coincidencia con la etiqueta que le hemos asignado, condenando culturalmente a las personas que modifican su modelo de pensamiento.
Por otra parte, podemos comprobar que la noción de Ser, desde la más remota antigüedad hasta nuestros días, está imbuida de similares características a las propiedades lingüísticas. Y esto no es mera coincidencia. En filosofía, señalan en la Wikipedia, «Con la palabra "Ser" se intenta abarcar el ámbito de lo real en sentido ontológico general, esto es, la realidad por antonomasia, en su sentido más amplio: "realidad radical". El Ser es, por tanto, un trascendental, aquello que trasciende y rebasa todos los entes sin ser él mismo un ente, es decir, sin que ningún ente, por muy amplio que sea y esté presente, lo agote.» Es decir que, el Ser abarca en filosofía dos términos aparentemente antagónicos, por un lado la inmanencia (el objeto o realidad en sí), y por el otro, la trascendencia, o sea, que supera los límites restrictos de un ámbito determinado.
Si observamos con cuidado, lo que se define por el Ser, son justamente las mismas propiedades atribuidas por el lenguaje de atemporalidad y deslocalización, pero transformadas ya en objeto lógico, en constructo ideático. Volvemos a las famosas palabras ya citadas en mi anterior artículo de Parménides "Lo que es, es, y lo que no es, no es". De una lógica aplastante.
Mucho más cercano en el tiempo, Ludwig Wittgestein, en su afán por aplicar un método científico al mundo del pensamiento filosófico, dedicó gran parte de su tiempo al estudio del lenguaje; sin embargo, su enfoque iba dirigido hacia el estudio de los significados, sin prestar atención a lo que aquí persigo: los mecanismos internos de atribución que utiliza el mismo lenguaje.
Wittgestein, por ejemplo, al comienzo de su "Cuaderno Azul" —preludio de sus "Investigaciones Filosóficas"—, nos dice:
«¿Qué es el significado de una palabra? Ataquemos este problema preguntando, en primer lugar, qué es una explicación del significado de una palabra; ¿a qué se parece la explicación de una palabra?»
Y más adelante continúa:
«En primer lugar ¿qué es una explicación de significado? tiene dos ventajas. En un cierto sentido, se hace caer por tierra la pregunta "qué es significado?". Pues, sin duda, para comprender el significado de "significado" es necesario comprender también el significado de "explicación de significado". En pocas palabras: "preguntémonos qué es la explicación de significado, pues lo que esto explique será el significado". El estudiar la gramática de la expresión "explicación de significado" enseñará algo sobre la gramática de la palabra "significado" y protegerá contra la tentación de buscar en torno de uno algún objeto al que se podrá llamar "el significado".»
Después de leer el último párrafo tal vez hayas sentido la necesidad de tomarte un ibuprofeno para reducir la inflamación cerebral, pero puedes quedarte tranquilo, no es mi intención seguir por este camino, y no voy a quitarle razones a Wittgestein para su discurso semántico; pero mi exploración va por otros sitios. El motivo de transcribirlo aquí es para resaltar que las investigaciones al respecto del lenguaje han estado bastante alejadas del lugar donde me sitúo.
Volviendo al tema que nos ocupa, el efecto en la cognición humana de la noción de "Ser" ha propiciado una interpretación de la realidad curiosa, ha inducido a creer que los objetos de la realidad tienen ese característico "estado de ser", con la supuesta cualidad de inmovilidad, es decir, el atributo de la deslocalización (es, donde quiera que esté) y de permanencia, o sea, la atemporalidad (es, y siempre es).
Desde muy antiguo, el ser humano ha estado aplicando estas características, intrínsecamente lingüísticas, a su entorno más inmediato, así como a su ideación del mundo.
Los atributos de atemporalidad y deslocalización del lenguaje, una vez transformados por la mente en inmanencia y trascendencia, y unido a la ignorancia del funcionamiento de la realidad del mundo antiguo, facilitó que se aplicaran dichas características a una suerte de seres idealizados que representaban los mecanismos que supuestamente inferían de la realidad.
Podemos ejemplarizar todo ello en esos "seres" que conformaban el cielo del politeísmo mitológico antiguo, y posteriormente en el monoteísmo que perdura hasta nuestros días.
La idea de Dios es la noción de "Ser" elevada a su máxima expresión. Su inmanencia viene de que 'es' todas las cosas, y su trascendencia viene de su atemporalidad, que le sitúa por encima de todas las cosas y no sujeto a nada, de donde proviene la idea de ser absoluto y, por ende, creador de todo lo demás.
De esta atribución de cualidades lógico-lingüísticas del "Ser", se han derivado conceptos con equiparables características como la Verdad última o suprema y también las ideas inmovilistas que aluden a una moral incondicionada, todas ellas ideas deudoras de la misma noción del ser absoluto.
Una cosa es cierta, la ficción del "Ser" vive con nosotros desde que somos humanos y va a seguir viviendo. El lenguaje nos ha acompañado y nos ha ayudado a estudiar la realidad y a transmitirla, pero, dada su importante influencia en nuestra cognición, la cual nos ha inducido a una interpretación de cómo nos consideramos a nosotros mismos y de cómo entendemos la realidad que nos rodea, y todo ello afecta, por tanto, a todas las áreas de nuestro conocimiento.
Así pues, bien haríamos en tener estos subyacentes mecanismos siempre presentes, vaya a ser que estemos creidos que analizamos la realidad cuando realmente sólo estamos viendo nuestros propios constructos lógicos.