La engañosa existencia del Ser
Autor: Pedro Donaire
El lenguaje es la cosa más útil que ha podido desarrollar la especie humana. Sin embargo, es un arma de doble filo. Su misma capacidad para construir una lógica coherente también nos puede llevar a inexplicables paradojas. Por ejemplo, podemos formular tranquilamente y sin despeinarnos frases como esta: "muerto se vive mejor".
Frases cuyo 'sin sentido' es más que manifiesto. La capacidad del lenguaje para combinar palabras y conceptos nos eleva desde la más alta creatividad hasta la más profunda de las contradicciones.
Mi tesis consiste precisamente en eso, en esa doble vertiente del lenguaje que ha conducido a una turbación del pensamiento y, a mi juicio, ha provocado muchos malos entendidos, confusiones y orientaciones erróneas a lo largo de la historia del pensamiento humano hasta el momento presente.
Uno de los mayores equívocos del lenguaje consiste en otorgar la categoría de existencia ontológica a cualesquiera cosas o hechos que tienen presencia en el mundo que conocemos. Dicho de otra forma, se dice y concibe que una cosa "es", queriendo señalar que existe, en lugar de decir que "está", señalando su presencia.
No pretendo decir con esto que esté mal este mecanismo, al fin y al cabo es una función intrínseca del lenguaje que utilizamos por su carácter útil y práctico. Al denominar un objeto, pongamos por caso, una "silla", tal nombre nos sirve como la etiqueta que nos permite la inmediata identificación de lo que hablamos.
No obstante, y por continuar con el símil de la silla, la susodicha etiqueta nos abre una franquicia desde lo lingüístico a lo cognitivo para concebir el "ser" de la silla. "Decimos que eso 'es' una silla". Olvidándonos que tal nombre no es más que una etiqueta diferenciadora, una comparación selectiva respecto a una multitud de otras cosas.
¿Adónde quiero llegar con todo esto?
Mi idea es que el ser de las cosas, de los objetos, de los humanos, no existe, que únicamente se trata de una forma inventada por el lenguaje, aunque necesaria, a fin de clasificar, conjugar y comunicar la realidad que nos rodea de la forma más rápida y simple posible.
Para aclarar esto, volvamos a nuestro ejemplo de la silla, y veamos qué ocurre cuando preguntamos ¿qué "es" una silla? Entre las diversas acepciones que nos ofrece la RAE escogemos la que viene al caso, que nos dice:
--- Silla. (Del latín sella). 1. f. Asiento con respaldo, por lo general con cuatro patas, y en que solo cabe una persona.
Aunque la definición es parca y generalista (en ella podría entrar un sillón, por ejemplo), nos encontramos, pues, en la definición, con otro nombre (asiento), es decir, otra etiqueta, seguida de una serie de características diferenciadoras.
Como vemos, es una definición comparativa, pretende diferenciarse por ejemplo de un taburete, y por su utilidad, al señalar que sirve para sentarse una persona se está descartando otros muchos objetos que no sirven para sentarse, y otras cosas donde puedan sentarse dos o más personas.
¿Aguien ha visto por alguna parte la definición del "ser" de la silla? No, yo tampoco. Pues igualmente pasa con cualquier otra cosa, es cuestión de que hagan la prueba. La remisión a otra palabra nos volverá a dar en su definción otra etiqueta y otras diferencias comparativas en su forma y utilidad que podrán ser más o menos extensas, pero que no cambian para nada lo que vengo a decir: No hay definición del "ser" de ninguna cosa, sólo del "estar", es decir, su forma, si cabe su composición, para qué sirve y de qué manera llamamos a todo eso (nombre o etiqueta).
La cuestión fundamental que trato aquí es que esa cualidad o propiedad que denominamos "ser", no existe, que es tan sólo un atributo inventado por la propia dinámica del lenguaje, y cuya influencia ha configurado nuestra manera de pensar haciéndonos creer que el "ser" forma parte de la realidad y que los objetos poseen dicha cualidad.
Implicaciones
Dado que el lenguaje ha acompañado al ser humano de forma indisoluble desde tiempos inmemoriales, su influencia a la hora de interpretar la realidad ha sido decisiva, dejando su huella indeleble a través del mecanismo antes descrito de atribución de la cualidad ontológica. Podemos observar su huella entre los antiguos filósofos griegos; así, el mismo Parménides, allá por el año 530 antes de nuestra era, ya lo escribía en su famoso poema, "lo que es, no fue, ni será, puesto que ya es enteramente ahora, y lo que no es, no hay razón para que se genere ni antes ni después, o sea, que no es."
Este ejemplo de Parménides ilustra perfectamente cómo la ilusoria atribución lingüística del ser a la realidad ha estado influyendo en el pensamiento humano desde muy antiguo.
El pensamiento religioso, desde las tradiciones politeístas a la tradición judeo-cristiana, hegemónica en occidente, están igualmentte impregnadas por dicha atribución. De hecho, fundamentan su doctrina en la idea de un "ser" superior denominado Dios. Las tradiciones religioso-filosóficas orientales, bajo una apariencia distinta, se basan en el mismo mecanismo. Aunan todo lo existente en una sola unidad cósmica, llámese Buda, Tao o energía, y aunque no esté tan personalizado como en occidente, incluye todo y a todos bajo una idea de "ser".
Lo cierto es que todas las tradiciones religiosas, así como la filosofía, la metafísica y la ontología, e incluso gran parte de la ciencia, el mismo Brian Greene, reputado físico estadounidense, en su libro "El tejido del cosmos", se cuestiona si la ciencia no ha equivocado su camino de indagación de la realidad preguntando siempre por el qué (el ser) en lugar de orientarse hacia el cómo. Toda una pléyade de autores como Parménides, Platón, Aristóteles, Kierkegaard, Heidegger, Sartre, etc. ... Todos trazan su camino bajo el dominio de esta influencia lingüística que interpreta la realidad con la ilusoria atribución del "ser" de las cosas.
El mismo entendimiento del "yo", en apariencia tan definitorio de una personalidad, es el fruto de esta ilusa atribución lingüística, que pretende una especie de asiento inmóvil (ser) frente a la presencia y devenir de las cosas. Asimismo, el término con el que nos definimos como "seres" humanos, ofrece otro botón de muestra representativo de toda una cultura transida por la ilusoria noción de ser.
Autor: Pedro Donaire
El lenguaje es la cosa más útil que ha podido desarrollar la especie humana. Sin embargo, es un arma de doble filo. Su misma capacidad para construir una lógica coherente también nos puede llevar a inexplicables paradojas. Por ejemplo, podemos formular tranquilamente y sin despeinarnos frases como esta: "muerto se vive mejor".
Frases cuyo 'sin sentido' es más que manifiesto. La capacidad del lenguaje para combinar palabras y conceptos nos eleva desde la más alta creatividad hasta la más profunda de las contradicciones.
Mi tesis consiste precisamente en eso, en esa doble vertiente del lenguaje que ha conducido a una turbación del pensamiento y, a mi juicio, ha provocado muchos malos entendidos, confusiones y orientaciones erróneas a lo largo de la historia del pensamiento humano hasta el momento presente.
Uno de los mayores equívocos del lenguaje consiste en otorgar la categoría de existencia ontológica a cualesquiera cosas o hechos que tienen presencia en el mundo que conocemos. Dicho de otra forma, se dice y concibe que una cosa "es", queriendo señalar que existe, en lugar de decir que "está", señalando su presencia.
No pretendo decir con esto que esté mal este mecanismo, al fin y al cabo es una función intrínseca del lenguaje que utilizamos por su carácter útil y práctico. Al denominar un objeto, pongamos por caso, una "silla", tal nombre nos sirve como la etiqueta que nos permite la inmediata identificación de lo que hablamos.
No obstante, y por continuar con el símil de la silla, la susodicha etiqueta nos abre una franquicia desde lo lingüístico a lo cognitivo para concebir el "ser" de la silla. "Decimos que eso 'es' una silla". Olvidándonos que tal nombre no es más que una etiqueta diferenciadora, una comparación selectiva respecto a una multitud de otras cosas.
¿Adónde quiero llegar con todo esto?
Mi idea es que el ser de las cosas, de los objetos, de los humanos, no existe, que únicamente se trata de una forma inventada por el lenguaje, aunque necesaria, a fin de clasificar, conjugar y comunicar la realidad que nos rodea de la forma más rápida y simple posible.
Para aclarar esto, volvamos a nuestro ejemplo de la silla, y veamos qué ocurre cuando preguntamos ¿qué "es" una silla? Entre las diversas acepciones que nos ofrece la RAE escogemos la que viene al caso, que nos dice:
--- Silla. (Del latín sella). 1. f. Asiento con respaldo, por lo general con cuatro patas, y en que solo cabe una persona.
Aunque la definición es parca y generalista (en ella podría entrar un sillón, por ejemplo), nos encontramos, pues, en la definición, con otro nombre (asiento), es decir, otra etiqueta, seguida de una serie de características diferenciadoras.
Como vemos, es una definición comparativa, pretende diferenciarse por ejemplo de un taburete, y por su utilidad, al señalar que sirve para sentarse una persona se está descartando otros muchos objetos que no sirven para sentarse, y otras cosas donde puedan sentarse dos o más personas.
¿Aguien ha visto por alguna parte la definición del "ser" de la silla? No, yo tampoco. Pues igualmente pasa con cualquier otra cosa, es cuestión de que hagan la prueba. La remisión a otra palabra nos volverá a dar en su definción otra etiqueta y otras diferencias comparativas en su forma y utilidad que podrán ser más o menos extensas, pero que no cambian para nada lo que vengo a decir: No hay definición del "ser" de ninguna cosa, sólo del "estar", es decir, su forma, si cabe su composición, para qué sirve y de qué manera llamamos a todo eso (nombre o etiqueta).
La cuestión fundamental que trato aquí es que esa cualidad o propiedad que denominamos "ser", no existe, que es tan sólo un atributo inventado por la propia dinámica del lenguaje, y cuya influencia ha configurado nuestra manera de pensar haciéndonos creer que el "ser" forma parte de la realidad y que los objetos poseen dicha cualidad.
Implicaciones
Dado que el lenguaje ha acompañado al ser humano de forma indisoluble desde tiempos inmemoriales, su influencia a la hora de interpretar la realidad ha sido decisiva, dejando su huella indeleble a través del mecanismo antes descrito de atribución de la cualidad ontológica. Podemos observar su huella entre los antiguos filósofos griegos; así, el mismo Parménides, allá por el año 530 antes de nuestra era, ya lo escribía en su famoso poema, "lo que es, no fue, ni será, puesto que ya es enteramente ahora, y lo que no es, no hay razón para que se genere ni antes ni después, o sea, que no es."
Este ejemplo de Parménides ilustra perfectamente cómo la ilusoria atribución lingüística del ser a la realidad ha estado influyendo en el pensamiento humano desde muy antiguo.
El pensamiento religioso, desde las tradiciones politeístas a la tradición judeo-cristiana, hegemónica en occidente, están igualmentte impregnadas por dicha atribución. De hecho, fundamentan su doctrina en la idea de un "ser" superior denominado Dios. Las tradiciones religioso-filosóficas orientales, bajo una apariencia distinta, se basan en el mismo mecanismo. Aunan todo lo existente en una sola unidad cósmica, llámese Buda, Tao o energía, y aunque no esté tan personalizado como en occidente, incluye todo y a todos bajo una idea de "ser".
Lo cierto es que todas las tradiciones religiosas, así como la filosofía, la metafísica y la ontología, e incluso gran parte de la ciencia, el mismo Brian Greene, reputado físico estadounidense, en su libro "El tejido del cosmos", se cuestiona si la ciencia no ha equivocado su camino de indagación de la realidad preguntando siempre por el qué (el ser) en lugar de orientarse hacia el cómo. Toda una pléyade de autores como Parménides, Platón, Aristóteles, Kierkegaard, Heidegger, Sartre, etc. ... Todos trazan su camino bajo el dominio de esta influencia lingüística que interpreta la realidad con la ilusoria atribución del "ser" de las cosas.
El mismo entendimiento del "yo", en apariencia tan definitorio de una personalidad, es el fruto de esta ilusa atribución lingüística, que pretende una especie de asiento inmóvil (ser) frente a la presencia y devenir de las cosas. Asimismo, el término con el que nos definimos como "seres" humanos, ofrece otro botón de muestra representativo de toda una cultura transida por la ilusoria noción de ser.