MÁS ALLA DE LA MUERTE
SIXTO PAZ WELLS.
La Muerte es sinónimo de cambio en un universo dinámico de transformación continua. La muerte no existe realmente como el final último de la vida, porque es simplemente un cambio de traje. El ser humano es como un actor de una obra teatral, que una vez que termina, el actor marca la distancia entre el personaje que le tocó vivenciar, y su identidad como actor. No podemos identificarnos demasiado con el personaje, porque es meramente transitorio. Y a un papel, le sigue otro y otro.
La Muerte es como el examen final al término del curso escolar. Si uno ha estudiado, será algo fácil, sencillo, y nada complicado; tendrá unas lindas vacaciones y estará mejor preparado para el próximo año. Pero si uno no estudió durante el periodo que correspondía, saldrá desaprobado y tendrá que repetir el grado.
Ante la pregunta ¿por qué hay que morir? primero tendríamos que preguntarnos ¿para qué vivimos? Si todo es aprendizaje ¿un aprendizaje de qué y hacia qué? ¿Por qué al concebir nuestros padres fuimos nosotros los que llegamos y no otros? ¿Elegimos o fuimos elegidos? ¿Somos el producto del azar o de un destino predeterminado? ¿Cuál es el propósito de la vida más allá de la supervivencia de la especie? Buscando respuestas, tendríamos que hacer una inmersión dentro de cada uno.
Por lo mismo que somos creados, tenemos la capacidad de crear. Si uno no tuviese la oportunidad de llegar a conocer la esencia divina que hay dentro de cada cual, no podríamos llegar a conocer a Dios. Hemos venido a conocer y a ser conocidos. Si uno no muriese, si no tuviéramos un plazo, no valoraríamos la oportunidad que nos concede la vida para llegar a darle su justo valor a las cosas. Y es que todo tiene un tiempo y un margen para ser realizado. Cada plazo, como cada vida, es una oportunidad de realizarlo de tal o cual manera; experimentando y perfeccionamiento. Es un juego cósmico de alternativas, en dónde vamos ensayando diversas formas. Una aventura de crecimiento.
La respuesta por tanto no es otra que vivimos y morimos para aprender, para crecer en conciencia y para llegar a saber valorar lo que realmente tiene valor.
¿Pero somos acaso el juguete de alguien ?…De ninguna manera, nadie está jugando con nosotros. Somos el producto de un acto de amor, no sólo de nuestros padres, sino de la vida misma. Nadie quiere nuestro sufrimiento, ni hemos nacido para sufrir, sino para aprender y madurar para dar fruto. Es cada uno el que debe disponer su propio juego, jugarlo y disfrutarlo ganándolo.
Decidiendo sobre nuestra vida.
¿Hemos tenido alguna participación en la decisión sobre nuestro nacimiento y sobre lo que será nuestra vida?…El orden de la energía en el universo apunta hacia la existencia y la perfección por la experimentación continua a través de las formas. A mayor conciencia mayor injerencia en la organización de nuestra aventura de vida y muerte, de nacimiento y renacimiento. Al principio uno no tiene la capacidad ni la posibilidad de decidir, porque es como el niño que es enviado por sus padres al colegio. Lo envían, considerando que es lo mejor para él, sin siquiera haberle consultado su parecer, por cuanto ellos saben que esa educación le permitirá algún día tener la capacidad de optar por sí mismo, el cómo enfrentara las siguientes etapas.
Así cuando éste niño crece, y llega a la adolescencia y a la juventud, se le debe ir dando un margen cada vez mayor como para que pueda decidir por él mismo, su futuro.
Los “Señores del Karma” ó “Guardianes del Destino” (que son unas entidades espirituales que rigen los nacimientos y encarnaciones), son los que asumen la condición de nuestros padres o apoderados espirituales, dictaminando las circunstancias en las que vendremos a la vida, hasta que nuestro avance evolutivo nos permita negociar o decidir las condiciones de cada existencia.
A mayor avance evolutivo, mayores serán nuestras posibilidades de intervenir en la programación de nuestras existencias.
La vida es una experimentación. Si uno sale reprobado en tal o cual aspecto o curso -por así decirlo-, deberá repetirlo hasta que lo supere. Pero no es un castigo, sino una nueva oportunidad.
Es cierto que existe una Ley de Causa-efecto, que hace que uno viva en carne propia las consecuencias de sus actuaciones buenas o desacertadas; pero el propósito no es hacer sufrir a nadie sino el darse cuenta y entender el sentido de la vida y de la creación.
Todos deberán pasar por todas las experiencias humanas, de tal manera que en una vida seremos hombres y en otra mujeres (porque el espíritu no tiene sexo); en alguna seremos pobres y en otras ricos; en alguna sanos y en otra enfermos; y así todas las posibilidades para que aprendamos a ser solidarios y compasivos, para que lleguemos a ser capaces de perdonarnos y perdonar los errores.
Una hora marcada para Morir.
Todos tenemos un destino, que es parte de la programación que dispone cuando naces y cuando te vas. Pero todo puede variar dependiendo del nivel de consciencia que desarrolles y de cómo enfrentes la vida. Por ejemplo: un suicida puede morir antes de la fecha que estaba prevista, renunciando con ello a la oportunidad que le daba la vida para evolucionar. Otro ejemplo: una persona que está tratando de cambiar y de ser mejor, ó alguien muy comprometido con el amor y el servicio a los demás, llega a morir. Pero en el momento del tránsito ve asomarse a través de un túnel de luz, a un ser celestial o a un pariente que le inspira confianza, que le hace saber que se le va a prolongar el plazo, terminando por vivir unos años más de lo que estaba previsto inicialmente, por cuanto lo estaba haciendo bien. En ese mismo momento, la persona increíblemente es recuperada (resucitada) por los médicos, que ya la daban por perdida.
No hay nada definitivo. El destino no es algo inamovible, se puede variar. Por eso es que existe libre albedrío para demorarnos más o menos en hacer lo que debemos hacer, creciendo y madurando en conciencia.
Pero ¿a qué podría deberse el gran temor que se le tiene a la muerte? A la ignorancia y al olvido del que somos víctimas, por habernos desconectado de nuestro proceso individual. Por ello es importante que nos esforcemos en profundizar el autoconocimiento, y con ello recordemos que la muerte es una vieja conocida, y que es amiga, no enemiga, de la que hemos aprendido mucho y muchas veces.
No hay nada que temer...Nada llega antes si uno no lo busca. Pero si nos comprometemos en darle sentido a la vida, nuestra labor no será desaprovechada por las jerarquías superiores, y durará todo lo necesario para cumplir su objetivo que es nuestra realización progresiva a través del servicio a los demás.
La Muerte es tan sólo el plazo para hacer y crecer. Es un recordatorio de que debemos valorar y aprovechar el tiempo que se nos ha otorgado, dándole sentido y trascendencia.