El sentido común, el menos común de los sentidos, me obliga a colocar entre signos de interrogación lo que palpita como una certeza intuitiva. Alguien diría que es una postura cuasi religiosa y lo será, en tanto y en cuanto no es la fe sino la certeza del inconsciente. O, si me permiten decirlo de otra manera, aquello que late en la mente cuando ante ciertas evidencias sólo podemos permanecer inmóviles, en un silencio cargado de significados.
Perú me reconcilió con la sacralidad del indigenismo. Caminaba por uno de sus “sitios de poder” cuando vino a mi mente el patético caso de un pretendido “maestro mexika” que supo pisar Argentina que como gustó de volcarse –con estrepitoso fracaso, por cierto- a las lides políticas en su país casi de un día para otro dejó de mostrar en Internet su humana figura con plumas y pinturas guerreras para aparecer impecablemente de traje. Después de ello, claro, volvió a usar su roedor nom de guerre pour la gallerie. Caminaba por ese sitio cuando me di cuenta de algo: Los cultores del indigenismo en Perú pecan, en todo caso, por lo opuesto: salvo uno que otro chusco que se vende como “chamán indígena”, los verdaderos pacos (chamanes) se mueven casi en la clandestinidad, en las sombras de un turismo que aunque podría serles muy ventajoso vulneraría su sacralidad ancestral).
No propondré nada nuevo, ciertamente. No era ésa, de todos modos, mi intenciòn. Me basta con acercar reflexiones e impactar –quizás fútil aspiraciòn- con algunas imágenes. Doy por sentado que los defensores de los Paleoastronautas se convencerán aún más y los escépticos simplemente se encogerán de hombros. Pero es, precisamente a ellos, a quienes arrojo un metafísico guante.
¡Heil, Ashtar!
Mi propio historial tiene frente a esta visiòn “dänikeneana” de la Historia un sino ambivalente. Fue, ciertamente, “Recuerdos del Futuro” –el libro antes que la película- qwue alimentaron en un adolescente ávido de curiosidad la pasiòn por las culturas ancestrales desde una óptica un poco “ersatz”. Luego, la filosófica exploraciòn de otros discursos sociales me hizo pensar de una manera ciertamente sesgada. Seguí sospechando la presencia extraterrestre en la Antigüedad pero no tan manifiesta y omnipresente como desde esas lecturas. ¿Razones?. Durante muchos años sostuve que creer que los grandes logros del pasado fue necesariamente producto de un conocimiento extraterrestre era una forma de fascismo interplanetario. ¿Qué quiero decir con esto?. Que una vez más, el conocimiento, el progreso, la “cultura” tiene que vebnir de “afuera” para ser superior. Así como una parte importante de los académicos siguen sosteniendo que la “cultura” llegó a América de mano de sus conquistadores porque, claro, lo europeo, sobre todo si blanco, debía ser superior a lo moreno de los locales, a un “nivel cósmico” se cuela casi sunliminalmente la aceptación que los ancestros eran, por ser ancestros, seguramente más primitivos y torpes que nosotros y por lo tanto, incapaces por sí mismos de alcanzar altas cotas de desarrollo. Ese “fascismo interplanetario” se obsderva aún hoy en día cuando cierto “contactismo” o “canalizaciòn” con “seres superiores” nos relata que los más elevados espiritualmente, portadores de amor y paz son, siempre, de ojos claros y cabello rubio… Este argumento –que seguramente sonará agradable a oídos de intelectuales de la izquierda indígena- es válido. Pero tiene un gran defecto: que no evita que lo otro (la presencia extraterrestre) sea igualmente cierta. Esta nota es ejemplo de ello.
¡Däniken, volvé, te perdonamos!
Así que decidí volver a transitar las un tanto mancilladas trincheras de la Astroarqueología, reivindicando el pionerismo de nuestro nunca bien ponderado escritor suizo.
Porque Erich von Däniken (¿quién se atrevería a negarlo?) alimentó no sólo la imaginación de nuestra adolescencia sino también signó muchos de los enfoques que todos (repito para quienes hoy prefieren hacerse los distraídos: todos) los ovnílogos iniciados en el métier en los últimos cuarenta años. Sin duda, su pasión le llevó tal vez a extremar (odiaría decir “exagerar”) el hallazgo e interpretación de huellas presuntamente alienígenas en nuestra Historia, la conocida y la que no lo es. Pero es indubitable que le asistió la razón en más ocasiones que la deslucida memoria de sus detractores parece recordar, iluminado todo ello con un mérito que le es indiscutible: él sí estuvo allí. Los otros, los severos académicos de la Ovnilogía, refutan libro en mano desde la comodidad del sillón. Así, cualquiera.
Los que hacemos AFR nos confesamos devotamente danikeneanos. Seguramente con discrepancias, ninguna de ellas digna de un cisma neoarqueológico, intuimos también la presencia, no sólo de extraterrestres y su tecnología, sino de culturas y conocimientos bien terrestres pero hoy perdidos en el brumoso desván de los tiempos idos. Habrá don Erich pecado por exceso, seguramente. Pecaremos nosotros de soberbia, obviaremos esas machaconas insistencias en cascos y antenas paseándose por toda pictografía posible y levantaremos el estandarte de los astronautas de la antigüedad, de sabios tercermilenaristas pero condenados al ostracismo diez mil años antes de Cristo, de vueltas y más vueltas interdimensionales colándose en los vericuetos de nuestro devenir pasado, en vislumbres de Lo Que Vendrá en Lo Que Fue.
Lo que trato aquí es de darle una continuidad ideológica al pensamiento danikeneano, con matices, claro (por ejemplo, ése tan ríspido respecto a si se trata de tecnología ultraplanetaria o humana pero perdida). Más allá de discutir por un simple quítame de allí esas piedras de Ica, volveremos, cuanto menos, a rescatar la pasión adolescente: y que vengan a discutirnos que eso no es nada.
Arreciarán las críticas de los dogmáticos quienes se columpian entre el sonsonete de la “parcial y poco fundada teoría danikeneana” y la audaz suposición de que “todo es para enriquecerse con la venta de sus libros”. A lo primero, simplemente señalaremos sin evitar una sonrisa sardónica que muchos que repiten el estribillo que Däniken es simple pecado improvisado de juventud no sólo tampoco han estado en el lugar de los hechos —como no lo estuvieron generalmente los detractores históricos— sino que ni siquiera tienen ellos mismos fundamentos para sustentar esa postura crítica. Simplemente, en la Ovnilogía hipócrita de hoy en día es bien mirado criticar al suizo. Y en segundo lugar, es indudable que nuestro referente ha hecho fortuna con sus libros (pero nadie parece hacer cuenta de sus gastos en viajes, por caso). Y está bien que así sea: ¿alguien conoce algún arqueólogo, físico o psicólogo que done las liquidaciones de sus escuálidas ventas (cuando logran que alguien les edite) a alguna institución de caridad?.
Así que vamos a lo nuestro.
Acabo de regresar de un viaje intenso por Perú, visitando lugares que ocuparán distintos espacios. Caral, Pachacamac, Cusco (“Q’osqo”, si respetamos la fonética correcta) con su Qoricancha, Saq’saywamán (Sacsahuaman), Q’enqo, Tambomachay, Pisaj, Chinchero, Machu Picchu, claro. Y, cómo no, Ollantaytambo..
Creo, respetuosamente, que hay varios mitos sobre esas tierras. Y homenajes que hacer. El primero de ellos, rendirse ante la genialidad intelectual de estos pueblos, como iremos viendo sucesivamente. Y el segundo, romper el condicionamiento académico que mientras por un lado los acepta brillantes para la resoluciòn de problemas materiales de ingeniería, geodesia, astronomía, los rotula como disfuncionales emotivos en cuestiones abstractas o religiosas. El ejemplo más recurrente: seguir sindicándoles como obsesivos con los sacrificios humanos, un tema que ameritaría unas reflexiones que hemos hecho en otros lugares. Pero quiero agregar algunos puntos sobre los que he avanzado meditando.
Cuanto más retrocedemos en la historia de esta regiòn, las evidencias nos presentan un pueblo cada vez más simbólico y pacífico. Ejemplo absoluto: Caral. Los científicos le datan en el 3.000 antes de nuestra era. La sospecho aún más antigua. ¿Razón?. Esa dataciòn, según se admite, fue hecha en base al método del Carbono 14 sobre los restos orgánicos obtenidos en las propias construcciones –que son de adobe, aprovechando el material omnipresente en el lugar- Empero, no se requiere un doctorado en física para saber que las mediciones por emisiòn de carbono son falibles, toda vez que la radiación ambiental en la atmósfera “disparada” desde 1945, primero por las explosiones atómicas y luego por las pérdidas de reactores nucleares (Chernobyl, Three Mile Islands o Fukuyima, por caso). Un método más confiable es el de la Termoluminiscencia, pero ése aún no se ha aplicado en Caral.
Los caralinos se caracterizaron por ser absolutamente pacíficos (no hay evidencias de murallas ni construcciones defensivas, asi como no se ha encontrado arma alguna ni ningún otro indicio de actividades bélicas), con absoluta dedicaciòn a las vida espiritual, religiosa . Y los arqueólogos le asocian también sacrificios humanos, porque se han encontrado tres cuerpos empotrados en tres construcciones: un neonato, un niño de unos ocho años, y un joven adulto de entre veintidós y veinticinco, manos atadas a la espalda, de cúbito dorsal en el muro de una de las pirámides. Mis objeciones: si se practicara erl sacrificio como forma de llevar protecciòn y ofrenda a las edificaciones –que es lo que se argumenta- pues todas las edificaciones tendrían el suyo. No solamente tres. Un neonato puede haber nacido muerto o fallecer a los minutos de ser parido por causas naturales. No tengo más datos sobre el niño, pero en cuanto al adulto me pregunto: ¿y si se tratara de un reo ejecutado por sus crímenes cuyo cuerpo tendría así una utilidad “post mortem” para la comunidad?. (En nuestra cultura, muchas veces los restos de los reos condenados a muerte son destinados a estudios universitarios o investigaciones de laboratorio).
Que siglos o milenios después se hayan practicado sacrificios humanos en algunos pueblos no debe llevarnos, primero, a una generalización. Segundo: no podemos interpretar las acciones de los ancestros desde la percepción moderna. Sabemos que hay evidencias que muchas veces los sacrificados marchaban alegremente por propia voluntad, convencidos de la vida en el Más Allá. Si ante esto, hoy hacemos una sonrisa que peca de soberbia ante la trágica ingenuidad de los antiguos (aún cuando hoy quienes se sonríen con superioridad también admiten, en el marco de sus propias creencias, la vida de ultratumba) recordemos qué extendido está hoy en día el concepto “glorioso” de “morir por la patria” en caso de confrontación bélica….
Va de la mano con ese “mito” el de su supersticioso temor al no regreso del Sol cada mañana, o a la estaciòn fértil tras el invierno. Y por otro lado, se les admite haber confeccionado calendarios muy precisos, con errores absolutamente nimios respecto de las mediciones actuales, basados en innumerables observaciones y medidas. Pues bien; si fueron capaces de elaborar esos calendarios tan exactos, basados en miles de observaciones… es porque sabían perfectamente que el Sol retornaría cada mañana y en qué momento, y que llegarían la primavera tras el invierno y también en qué momento exacto…. Salvo, por supuesto, que pensemos razonablemente que esa información sólo era conocida por una casta dominante mientras el resto del pueblo, ignorante, dependía así del “poder” de sus científicos – sacerdotes y, por consiguiente, les rendían sumisión. La información siempre es poder. ¿No es acaso lo que en otros términos nos ocurre ahora con las iglesias, con la medicina, con los gobiernos, etc.?.
También, se me ocurre esto: Los ancestros no tenían nuestros miedos físicos. El hombre de las cavernas, de contextura quizás menor que la de nuestros contemporáneos, estaba habituado a enfrentar, si era necesario, con un simple hacha de piedra a un tigre dientes de sable. Quisiera saber de algún “Rambo” contemporáneo que se animara hacerlo pudiendo elegir huir. El miedo al dolor, a la mutilación, a la muerte se acrecentaron con la evoluciòn industrial, el confort, la prolongación de la vida. Hace doscientos años, con tecnología militar más primitiva, una batalla napoleónica significa miles de muertos. Hoy, con mayor tecnología, una batalla en cualquiera de las últimas guerras provoca sólo algunas decenas, y sin embargo nos inspira más horror que lo que provocaba en la sociedad de aquél entonces donde además, morir en combate era no sólo una distinción familiar, sino casi una naturalidad cotidiana. A veces pienso que una de las razones del rechazo de los extraterrestres que nos visitan a establecer contacto con nosotros estriba en el temor exacerbado por milenios de avanzada evoluciòn y quizás por lapsos de vida increíblemente prolongados, a correr riesgos físicos…
Pero hay más. Si hubo sociedades –en todo el mundo- donde algunos “dioses” exigieron sangre, ¿no será ello una anticipación de las teorías de Freixedo y otros –incluyéndome- donde pasaron por “dioses” entidades no humanas que por razones que no debatiremos aquì necesitaron de la emisiòn de esa energía mental y emocional que acompaña al temor y al dolor para aprovecharla para sus propios fines?.
Todo eso es mera especulación, claro. Pero la idea está sembrada.
Volvamos entonces al eje de este trabajo que era –les recuerdo- el debate sobre evidencias de tecnología extraterrestre. La pregunta que pueden ustedes formularme es: ¿cuál es el criterio para decidir que una tecnología, por avanzada que aparezca, podría seguir siendo “humana” y otra no?. “Mi” criterio –que no tienen por qué compartir, claro- es provisorio: cuando la mecánica aplicada para los efectos obtenidos no sólo sea incompatible con el horizonte cultural, sino que destaque del entorno donde se manifiesta. Tomen `por caso estos ejemplos.
Los aterrazamientos inkas. Es decir, la construcciòn de centenares, miles de kilómetros por toda su geografía de andenes o terrazas, para cultivo, prevenciòn de la erosiòn y otros usos. El trabajo es monumental. Comprendan ustedes que se trata de levantar, primero, un muro de “pirca” –acumulaciòn estable de piedras- paralelo a la pared de la montaña, a una distancia de ésta de un par de metros o decena de ellos, y de una altura de entre dos y tres metros, todo el largo del tramo que se quiere aterrizar ydesde dos a cuarenta niveles distintos sobre la misma montaña. Y luego rellenar, a mano, todo ese espacio entre el muro y la pared hasta consolidar la tierra a la altura de la última hilera de piedras del muro. Recorrer Perú y otras naciones viendo, como escribì, centenares de kilómetros de terrazas es apabullante. Pero factible en términos de iniciativa humana.
Pisaj, un centro administrativo en el Valle Sagrado, es también magnífico. Pero sus construcciones tomadas individualmente, no despirtan problemas. Sólo cabe pensar en miles de hombres trabajando durante décads de manera comunitaria.
Pero en Sajsaywaman y Ollantaytambo….
Aquí aparecen los ejemplos que referí. De pronto, en medio de una sucesiòn de construcciones “humanas” aparece algo exótico, imposible, increíble. Superamos una barda de piedras apiladas con arte y esmero pero dentro de los cánones previsibles y topamos con un muro de rocas graníticas ciclópeas, pulidas milimétricamente, en formas extrañas e innecesariamente exageradas, planteando problemas técnicos irresolubles.
Algunos tratan de explicarlas diciendo que las construcciones bastas eran para las clases bajas y las complicadas, para las altas. Me parece una tontería. En primer lugar porque implica, sin fundamento, una discriminación. Y en segundo lugar, porque en general las construcciones “imposibles” se intercalan con las sencillas.
Otros, sugieren que son “épocas” de construcciòn distintas. Tampoco. Porque pertenecen a los mismos horizontes culturales, y por las razones señaladas arriba.
Veo aquì una “inyecciòn” errática y casual de un conocimiento externo.
En Medicina, el uso masivo y eficiente de herbolaria natural cae en un paradigma humano. Que en medio de intervenciones médicas artesanales aparezcan trepanaciones de cráneo para extirpar tumores y descomprimir hematomas subdurales con una eficiencia comprobada de cuando menos un 85 %, no.
No imagino extraterrestres moviendo piedras. Ni siquiera dirigiendo las construcciones. Imagino extraterrestres que en un pasado remoto legaron conocimientos y técnicas a humanos, y que con el paso del tiempo las técnicas y los conocimientos se fueron deteriorando y perdiendo en parte, y en parte sobreviviendo por transmisión. Por ejemplo, primero a la cultura madre de Tiwanaku y adquirida por los inkas cuando luego de 1435 extendieron su imperio hacia el sur. Porque las grampas de bronce que unen las piedras, en el PumaPunku y en el Qoricancha son exactamente las mismas, por ejemplo, además de muchas otras características. O el episódico pero interesante ejemplo de “la brújula del inka”, una piedra que se encuentra en el altar mayor de Machu Picchu que reproduce exactamente la forma romboidal de la Cruz del Sur, y cuyo “brazo” más largo se encuentra orientado de exacta manera magnética en el eje Norte – Sur, como vemos en la foto. Y si bien en el cielo el eje mayor de la Cruz del Sur no se orienta así, la misma de todos modos es perfecta para usarla de brújula, de acuerdo al dibujo que ejemplifica cómo.
Esto explica porqué en América, como en Egipto y tantos otros lugares, se observa el fenómeno del “aletargamiento cultural”. Pueblos nómades, cazadores, recolectores, pescadores, sorpresivamente aparecen exhibiendo un desarrollo civilizatorio impresionante, un “pico” al cual nunca retornan y comienzan a decaer con los siglos.
Obsérvense, entonces, estas imágenes. Porque plantean demasiados interrogantes.
No se conformaron con mover, como en el Templo de Ollantaytambo, seis bloques de granito rojo o pórfido (recordemos: el material de trabajo preferido en las Pirámides de Gizeh) de entre 40 y 120 toneladas de peso cada uno. No se conformaron con haberlos traído, no de una cantera inmediata –que de todos modos impondría un trabajo excepcional- sino de la montaña Choquisaca, del otro lado del valle y de su río Urubamba.
No se conformaron con encajar piedra contra piedra de una forma ya legendaria, sino que le dieron curvas, mínimos ángulos de encastre, casi jugaron con las rocas como si éstas hubieran sido ablandadas por acciòn de algún agente desconocido y moldeadas como arcilla para luego solidificarlas, pulidas hasta que al pasar sobre ellas la mano parezcan mármol.
No les bastó con hacer fuentes de agua que siglos después siguen funcionando perfectamente. En una de ellas, conocedores de aspectos casi esotéricos de la hidrodinámica, lograron que al pasar la mano por una de las aristas de esta fuente, donde el chorro de agua “salta” por efecto de la inercia y la gravedad al centro de la misma, deje de hacerlo y se disipe contra el muro para volver a “saltar cuando se acaricia, casi como si fuera un “Touch screen” su superficie…
Quizás cuando abandonemos el “corset” intelectual academicista podamos tener otra perspectiva d elos hechos. Y para muestra de que hasta qué punto ese corset está impuesto, cito el ejemplo de los que nos ocurriò en Caral, al caminar con el técnico del lugar frente a la “Pirámide de la Huanca” (en quechua, “huanca” es “piedra parada”, es decir, un menhir). Nos relataba que él formó parte del equipo que participó en su descubrimiento. La “huanca” se encuentra frente a la pirámide. Y cuando la descubrieron, estaba inclinada a un lado. Entonces (cito textualmente) “como era evidente que tenía que estar derecha para alinearse con la cúspide de la pirámide, tuvimos que cavar casi tres metros bajo el suelo para llegar a su base y poder enderezarla” (fin de la cita). La pregunta es: ¿para quiénes era tan “obvio”?. Obsérvese el argumento: como “tenía” que alinearse con la pirámide, entonces la enderezaron. Lo interesante es que esa modificaciòn no aportó nada. Ni coincide con puntos cardinales, ni marca solsticios o equinoccios. Esto, entonces, pasó a ser “prueba” que los conocimientos astronòmicos de los caralinos “no eran muy avanzados”, todo a partir de una correcciòn hecha desde la percepción moderna de cómo debían ir las cosas.
Y yo tengo derecho a preguntar: ¿y si el monolito fue colocado a propósito inclinado –vaya ahora a saberse en qué ángulo y direcciòn- con otros fines, quizás simbólicos, quizás demarcativos de otro rumbo?. Pero no, aquì vienen los universitarios que, por supuesto, tienen estudios completos y presentan argumentos científicos. Como ése.