lunes, 12 de noviembre de 2012



LA VIDA NOS HABLA


El Sol nos habla, con lenguajes de luz.


Al ojo en sí, a las embajadas del corazón en la piel, a los fotoreceptores del alma. Una fiesta de destellos. Una caravana que comienza en el infinito y acaba en el horizonte donde se incuban las visiones. Es un arcoiris universal que habitualmente no nos detenemos a acunar, ni dejamos que sus ondas germinen éxtasis en el jardín de los misterios. Aureola invisible. Espejo inductor de reflejos que tintinean amaneceres. Marea espacial que nos envuelve por completo cuando bajamos los párpados para dormir y suponemos que el Sol se ha ido a visitar a los seres atareados del otro hemisferio. Dentro de la noche persiste su luminosidad. Disfrazada de oscuridad.

La vida tambíen nos habla, con dialectos de fuego.


Todo es energía hasta en la más remota de nuestras células. Y alguna vez, cuando esta galaxia se esfume en una ceremonia ígnea, persistirán risas de niños y suspiros de amantes: el tiempo no borra los incendios de la inocencia, los graba indelebles en el universo. Lo que llamamos muerte es el espacio del salto de una forma a otra, de un color a otro, porque más allá de los violetas y los rojos están los blancos ígneos (que atisbamos en el seno de la llama de una vela) y los negros áureos (cuando al cerrar los ojos la retina se anima a recomponer los esferogramas del cosmos). Vivir es permitir que la eternidad baile en la sangre


Lo humano es una provincia de la existencia total.


Los monumentos que alzamos, volverán a ser polvo. Todo se integra, se desintegra y se reintegra. Llamamos materia a la fotografía de una partícula de realidad que en el pabellón de la mente logra constituir un significado, pero que en el aliento de Dios no resulta nada más que un sabor fugaz. Sólo tenemos el instante. Pero al respirar no advertimos que el aire es luz trasformada en gas. Sabemos que todo cuerpo tiene irremediablemente un final y creemos que disimulándolo evitaremos el desenlace. En verdad, quien se dispone a dejar que el Sol brille en sus fibras, hace que a la vez su ser se sumerja en el Sol, simple portal de otros nódulos solares.No temas al silencio, que no es vacío sino dimensión sin fronteras.


No te escapes de la soledad, que no es desamparo sino desnudez de artificios.


Quien se permite callar de verdad y detiene la gritería de la nada, descubre que en silencio titila la música de las esferas, como una sinfonía de rayos y frecuencias. Polaridad de encuentros. Cristal de emociones. Quien se aparta momentáneamente de la manada, advierte que cada cual es el filamento de un reflector supremo, cuya longitud de onda se llama alabanza. Cátodo espiritual, ánodo angelical. La Santa Sabiduría. Por eso son tan cruciales los desiertos verdaderos. Porque albergan la llave de la revelación. Las raíces del Sol.

Miguel Grinberg.

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