miércoles, 18 de noviembre de 2015

EL PERDÓN VERDADERO.....


Barbara Ari Lecabel
EL PERDÓN VERDADERO.....

Estaba el Buda meditando en la espesura junto a sus discípulos, cuando se acercó un detractor espiritual que lo detestaba y aprovechando el momento de mayor concentración del Buda, lo insultó, lo escupió y le arrojó tierra.

Buda salió del trance al instante y con una sonrisa plácida envolvió con compasión al agresor; sin embargo, los discípulos reaccionaron violentamente, atraparon al hombre y alzando palos y piedras, esperaron la orden del Buda para darle su merecido.

Buda en un instante percibe la totalidad de la situación, y les ordena a los discípulos, que suelten al hombre y se dirige a este con suavidad y convicción diciéndole: “Mire lo que usted generó en nosotros, nos expuso como un espejo muestra el verdadero rostro. Desde ahora le pido por favor que venga todos los días, a probar nuestra verdad o nuestra hipocresía. Usted vio que en un instante yo lo llené de amor, pero estos hombres que hace años me siguen por todos lados meditando y orando, demuestran no entender ni vivir el proceso de la unidad y quisieron responder con una agresión similar o mayor a la recibida. Regrese siempre que desee, usted es mi invitado de honor. Todo insulto suyo será bien recibido, como un estímulo para ver si vibramos alto, o es solo un engaño de la mente esto de ver la unidad en todo”.

Cuando escucharon esto, tanto los discípulos como el hombre, se retiraron de la presencia del Buda rápidamente, llenos de culpa, cada uno percibiendo la lección de grandeza del maestro tratando de escapar de su mirada y de la vergüenza interna.

A la mañana siguiente, el agresor, se presentó ante Buda, se arrojó a sus pies y le dijo en forma muy sentida: “No pude dormir en toda la noche, la culpa es muy grande, le suplico que me perdone y me acepte junto a Usted”.

Buda con una sonrisa en el rostro, le dijo: “Usted es libre de quedarse con nosotros ya mismo; pero no puedo perdonarlo”. El hombre muy compungido le pidió que por favor lo hiciera, ya que él era el maestro de la compasión, a lo que el Buda respondió: “Entiéndame, claramente, para que alguien perdone, debe haber un ego herido; solo el ego herido, la falsa creencia de que uno es la personalidad, ese es quien puede perdonar, después de haber odiado, o resentido, se pasa a un nivel de cierto avance, con una trampa incluida, que es la necesidad de sentirse espiritualmente superior, a aquel que en su bajeza mental nos hirió.

Solo alguien que sigue viendo la dualidad, y se considera a sí mismo muy sabio, perdona a aquel ignorante que le causó una herida”. Y continuó: “No es mi caso, yo lo veo como un alma afín, no me siento superior, no siento que me haya herido, solo tengo amor en mi corazón por usted, no puedo perdonarlo, solo lo amo. Quien ama, ya no necesita perdonar”...

El hombre no pudo disimular una cierta desilusión, ya que las palabras de Buda eran muy profundas para ser captadas por una mente llena todavía de turbulencia y necesidad, y ante esa mirada carente, el Buda añadió con comprensión infinita: “Percibo lo que le pasa, vamos a resolverlo, para perdonar ya sabemos que necesitamos a alguien dispuesto a perdonar, vamos a buscar a los discípulos, en su soberbia están todavía llenos de rencor, y les va a gustar mucho que usted les pida perdón, en su ignorancia se van a sentir magnánimos, por perdonarlo, poderosos por darle su perdón, y usted también va a estar contento y tranquilo por recibirlo, va a sentir un descanso en su ego culposo, y así más o menos todos quedarán contentos y seguiremos meditando en el bosque, como si nada hubiera pasado”.

Y así fue. Comprendemos la brutal ironía de estas palabras de Buda, de su enseñanza. Que pasaría cuando se nos pregunte, amigos queridos del alma, a quien nos falta perdonar, y en lugar de buscar los rostros y nombres de aquellos que dañaron al ego, respondiéramos, ya no tengo que perdonar a nadie, ya los amo. Como voy a perder tiempo regresando al jardín de infantes, cuando aprendí a perdonar, si ahora directamente sé amar, puedo amar, y al amor es lo que yo soy. Si logramos entender y aceptar la perfección divina detrás de tanta situación aparentemente brutal para la mente, lograremos sanar en un instante años de rencor, resentimiento y destrucción celular.